ESCRITOS DE UN MINUTO PARA REFLEXIONAR UN RATO

Son ideas que vienen a la mente, generalidades que pueden tocar una que otra fibra. Aparecerán según la acogida y los comentarios. Ya hay varias reflexiones listas para publicar, solo falta que alguien las lea y deje un comentario. Al completar 10 comentarios para esta entrada, aparecerá otra reflexión. Así que, para leer más, recomendamos compartirlos e invitar a que comenten.

Así fue(ron)

Él era un tipo callado que escribía, que respiraba despacio, que quería ser suficiente para alguien sin tener que cambiar de piel. Sensible hasta el hueso, pero con miedo a ser demasiado él.

Ella, una mujer de control, de llantos que no eran llantos, de puertas que cerraba y llaves que escondía en la palma. No era mala, solo herida desde niña: papá que mandaba, mamá que se iba, nadie que la eligiera solo por estar ahí. Aprendió a agarrar antes de que la soltaran.

Se encontraron y se pegaron como dos náufragos: él pensando “la salvo”, ella pensando “me salva”. Pero salvarse no es querer –es necesitar. Y la necesidad se volvió cadena: sexo que era aliento prestado, silencio que era cárcel, pasta que era factura.

Seis años así. Él con yoga para entenderla, ella con llantos para retenerlo. Hasta que él empezó a respirar sin permiso. Hasta que ella empezó a ver que ya no servía de doudou.

El final no fue grito. Fue silencio. Él dejó de bajar, ella dejó de llorar. Él se fue por la puerta de atrás –no por cobardía, por cansancio. Ella se quedó regando la albahaca pensando que fue ella quien cortó.

Y ahí quedó: dos personas respirando al fin, cada una en su aire, sin llave, sin llanto, sin volver a ser de nadie.

Salud. Por los que se sueltan. Por los que –aunque tarde– aprenden a estar solos sin ahogarse.

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