ESCRITOS DE UN MINUTO PARA REFLEXIONAR UN RATO

Son ideas que vienen a la mente, generalidades que pueden tocar una que otra fibra. Aparecerán según la acogida y los comentarios. Ya hay varias reflexiones listas para publicar, solo falta que alguien las lea y deje un comentario. Al completar 10 comentarios para esta entrada, aparecerá otra reflexión. Así que, para leer más, recomendamos compartirlos e invitar a que comenten.

POPAYÁN Y EL IV CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN

Por José Domingo Rojas Arboleda

Las fechas del centenario

El cuarto centenario de la fundación de Popayán debió celebrarse el 24 de diciembre de 1936. Se cumplieron cuatro siglos en ese día desde en el que Sebastián Moyano -que cambió su apellido por el de la villa en que nació, Belalcázar, situada en las fronteras de Extremadura y Andalucía, en España- llegó al valle en que estaba el pueblo del cacique Pubén, después de haberse embarcado con Colón en Sevilla, llegado a la isla de Santo Domingo, servido de soldado en esta isla, en donde se adiestró en el manejo de la lanza y el caballo; pasado al Darién, a órdenes de Vasco Núñez de Balboa, el descubridor del Océano Pacífico; acompañado a Francisco Fernández de Córdoba en la expedición de Nicaragua; regido como alcalde de la ciudad de León; enrolado con Pizarro y Almagro para la expedición del Perú; fundado a Quito y, tras el señuelo de El Dorado, expresión por él inventada, entrado Nuevo Mundo arriba, en pos de las huellas de sus crueles enviados, Pedro de Añasco y Juan de Ampudia y, pasando la fértil llanura de Los Pastos, la insalubre del Patía, el suave valle de Pubén, habiendo recorrido el país hasta Anserma y establecido en el valle de Lilí la villa de Cali, regresó a fundar Popayán tomando como base las pocas casas pajizas que formaban el pueblo del cacique, situado en el punto que se llama Tulcán por la semejanza del paisaje con el del mismo nombre en Ecuador.

También pudieron efectuarse las fiestas del cuarto centenario el 15 de agosto de 1937, pues en tal día en 1537 Belalcázar tomó posesión de la región en nombre de Carlos V y por mandato de Francisco Pizarro y, celebrada la primera misa solemne en la reciente población, paseó el estandarte real por la plaza y calles principales y declaró con el rito de costumbre fundada la ciudad de la Asunción de Popayán.

Pero aun cuando para aquellas fechas ya había en la ciudad magnífico acueducto a presión de agua del río Molino, purificada con cloro, iniciado en 1926 y terminado en septiembre de 1927 con planos del ingeniero Hernando Gómez Tanco, ejecutado por el ingeniero Luis Lobo Guerrero; dos empresas generadoras de luz y de energía eléctrica, la de La Florida, que se mueve con aguas del río Cauca y está situada en la finca de su nombre, al noreste de la ciudad, empresa inaugurada en 1918 con capacidad de 800 caballos de fuerza y de que es dueña una compañía anónima que ahora gobierna don José María Zambrano, y la Municipal, establecida por el caballero bugueño don Modesto Cabal, en la hacienda de Coconuco que fue del General Tomás Cipriano de Mosquera, con 2200 caballos de fuerza, dirigida actualmente por el señor Rodolfo López; hoteles bastantes amplios y cómodos, como el “Lindbergh”, de propiedad del empresario palmirano señor Pedro A. Martínez, situado frente a la iglesia de Santo domingo y el costado occidental de la Universidad del Cauca; el “Europa”, del payanés don José María Varona, ubicado en la calle del reloj, al occidente de la plaza de Caldas, el “Granada” del señor Jesús Molina, establecido en la misma casa en que nacieron el ilustrísimo señor don Manuel José Mosquera y don Manuel María Mosquera; aún no estaba totalmente pavimentada la ciudad, como está hoy, de concreto asfáltico en todas sus calles, ni de cemento, las avenidas al cementerio y a Ximena y el puente español sobre el río Cauca; ni construido el palacio nacional, ni reedificado y ensanchado el municipal, ni esculpida la estatua de Belalcázar, ni terminado el cuadro monumental, obra del artista Efraím Martínez, intérprete en colores del poema “El Canto a Popayán” de Guillermo Valencia, cuadro que debía ser colocado en el Paraninfo de la Universidad, ni cumplidos, en fin, los tiempos para la magna apoteosis que había de verificarse, y se verificó, en los días 26, 27 y 28 de diciembre de 1940.

La ciudad en 1940

También coincidía este año con el de la erección de la gobernación de Popayán, decretada por cédula real de Carlo V, fechada el 10 de marzo de 1540 y por la cual la ciudad del Capitán don Sebastián de Belalcázar quedaba de cabecera de un país de no menos de treinta mil leguas cuadradas, llegando por el sur hasta Otavalo, por el norte hasta el Guaviare, la cordillera de Sumapaz y el río Magdalena hacia el oriente y por el occidente hasta el mar Caribe y el Océano Pacífico.

Bien estaban las discutidas demoras de las fiestas si habían de convenir éstas con el aniversario de la mayor dominación de la ciudad, tan notable y de tan vasto poderío en la Conquista y en la Colonia, tan heroica e ilustre en la República, y si podía presentarse a ellas Popayán como se presentó: completa, con todas sus calles pavimentadas, lucientes de limpieza y de buen gusto, con todos los frentes de casas y edificios, sin excepción alguna, pintados de suaves colores armoniosos, profusamente iluminada por las noches, como que en cada puerta y en muchas ventanas alumbraban bombillas eléctricas de cincuenta bujías, suministradas, a veinte centavos mensuales cada una, por la empresa municipal, a más del alumbrado público de tres artísticos faroles de estilo español en cada calle; con el lindo parque de Caldas, en el que la estatua del prócer de la patria y de las ciencias naturales, esculpida por el artista francés Verlet e inaugurada con soberbio discurso de Guillermo Valencia, con ocasión del primer centenario de la Independencia de la República, tiene su pedestal, diseñado por el mismo Verlet, sobre un círculo de flores que marca el centro del cuadrado, cuyos caminos concéntricos y los diagonales y perpendiculares que dan a las entradas recortan trapecios de césped con eras de flores, en contraste con el verde esmeralda de las figuras geométricas. En medio de las eras centrales se levantan ocho altas y simétricas araucarias (coníferas del género araucaria brasileana), traídas las primeras de Bogotá, en el año de 1913, por el representante al Congreso don Carlos Ayerbe Segura, muy distinguido payanés muerto cuando aún la Patria esperaba mucho de él; también hay en esas eras, delante de las araucarias, esbeltas palmas del género oreodoxa regia y, alternadas, cuatro discretas pilas de azulejos, obsequio de la colonia siria a la ciudad, le dan al parque la alegría del agua saltarina.

Los grandes prados trapezoidales delimitadores del camino que forma el cuadrado están sembrados de arbustos y árboles ornamentales, de los que se destacan, en el lado sudoeste, un hermoso pino (pinus occidentalis), sembrado en 1911 por don Simón Rojas, en la primera fiesta del árbol que hubo en la ciudad y que organizó el señor Rojas siendo él director de instrucción pública, y el famoso carbonero del noreste (mimosa del género caliandra lindeneana), bajo cuya sombra mucho tiempo tertuliaron Guillermo Valencia y sus amigos, lo que refirió Valencia, cantando al árbol, en sabroso artículo publicado en el semanario “Claridad” que dirigía don Guillermo León Valencia.

El cuadro remata con un seto, de un metro de altura, de arbustos llamados resucitados (malváceas del género pavonia) y, hacia el interior, en prados rectangulares inmediatos al cerco de malváceas, filas de amarantos guarnan la “calle de las rosas”.

Ancho andén exterior enmarca el parque, el cual fue iniciado a comienzos del siglo XX por el presbítero doctor Belarmino mercado D., rector que fue de la Universidad del Cauca y, tomado a su cargo por el consejo municipal, lo trazó y concluyo en 1905 el ingeniero italiano señor Luis Chiappini, autor también de los planos del palacio departamental, construido por el excelente ingeniero don José María Obando Rebolledo, decano de los profesores de matemáticas de la Universidad del Cauca.

Popayán es la ciudad en que más se conversa y suelen estar siempre ocupados por tertulianos los bancos de hierro y madera pintados de rojo, distribuidos en los caminos del parque, al pie de los lujosos faroles que por las noches desde elegantes columnas lo iluminan. Es fácil encontrar allí a Guillermo Valencia dialogando sabrosamente sobre todo lo divino y humano con los doctores Luis Carlos Iragorri, Genaro A. Muñoz, Francisco Eduardo Diago, Mario Enrique Castrillón, con el maestro Sanín Cano, con vecinos y forasteros de todas las categorías.

Cómo estaba animado el parque en los días del centenario. Mientras va al Banco del Estado don Hipólito Castrillón, discute allí de finanzas con el doctor Francisco Angulo, con don Héctor Valencia Segura, con don Arquímedes de Angulo, con don José María Mosquera Vidal.

Cruza diagonalmente, camino de la casa en que vive su suegra, doña Blanca Mosquera de Delgado, don Luis Martínez Delgado, intelectual de alto coturno, historiador, autor de varias obras, entre ellas, la que acaba de publicar titulada “Apuntes histórico-biográficos”, interesantes monografías de hombres ilustres. Lo acompaña su bella señora, doña Alina Delgado, que graciosamente sonríe a un grupo de amigas que se acercan a darle la bienvenida, pues acaba de llegar de Bogotá con su marido. Entre esas amigas de doña Alina están doña Ana Luisa Vernaza de Garcés, doña Rosa Zamorano de Iragorri, con su encantadora hija doña Gladys, doña Josefina Zambrano de Muñoz, doña Inés Lobo Guerrero de Cajiao, doña Jesusita Velasco de Iragorri, las señoritas doña María Luisa y doña Rosita Cajiao Wallis.

Al grupo se suman don Carlos Castro Mosquera, payanés también venido de Bogotá a las fiestas con su señora doña Adelaida Uribe, hija del general Rafael Uribe Uribe y sus hijos.

Don Guillermo León Valencia, las manos atrás y el gesto de orador, recortado mostacho y verde saco a cuadros, pasa charlando animadamente con don Jorge Enrique Caicedo y los doctores Jaime Bonilla Plata y Hernando Orejuela, mientras el doctor Arcesio López Narváez, representante al congreso, cuchichea de política en un banco con el doctor Luis Velasco Villaquirán, magistrado del tribunal superior.

Entra la primavera al parque con Lilí Olano Angulo, Carmen Elisa Arboleda Valencia, Leonor Angulo Lourido, Rosita Caicedo Ayerbe, Maruja Muñoz Cajiao, Noemí Muñoz Rojas, Silvia Ayerbe Chaux, Cecilia Casas Rojas, Julia Elvira Mosquera, Jone Valencia Guzmán, que llegan en bandada, desgranando su risa juvenil y poniendo notas de luz, belleza y alegría a la florida ágora.

El señor Rodolfo López contrata de pasada frente a la estatua la edificación de una casa con el hábil albañil, señor Ismael Agredo.

Por el ancho andén exterior pasean los doctores José Ignacio Bustamante, Jorge Fernández Casas, Luis Carlos Zambrano, juez de tierras, Jaime Paredes y el poeta Eduardo Carranza, hablando de izquierdismo, de literatura, de la guerra europea.

Junto a un rosal conversa quedo con su novia, la primorosa doña Josefita Caicedo Arboleda, el joven médico, doctor Marco Aurelio Zambrano Arboleda. Se casarán el 30 de diciembre de este año.

Don Ricardo Rodríguez, experto tipógrafo, dueño de la “Tipografía Moderna”, da noticias políticas al doctor Carlos Restrepo. El cronista se encuentra con el simpático e inteligente ingeniero payanés don José Vicente Guevara, quien se especializó en arquitectura en París y que también llega de Pasto para concurrir a las solemnidades y le apunta a su interlocutor los datos arquitectónicos del parque.

El desfile es interminable.

A las ocho de la noche, los domingos, la banda militar da escogidas retretas en el parque. El pueblo de Popayán, amante de la música, se agolpa a escucharlas.

El palacio de la gobernación

Este palacio está en la esquina noreste de la misma plaza de Caldas, y fue principiado en 1905, durante la gobernación del doctor Pedro Antonio Molina y terminado en la de don Carlos Vernaza Diago en 1926.

Tal edificio es de dos pisos, con amplios salones y oficinas, y está dividido en dos casas, siendo la de la esquina en la parte alta la destinada al despacho del gobernador, de los secretarios de gobierno y de educación pública y en la que están la sección de justicia y el salón rojo de recepciones; en la parte baja funcionan la estadística departamental, la secretaría de agricultura y ganadería, la sección de minas y baldíos, el consejo electoral, la tesorería departamental, la sección de contabilidad de la secretaría de hacienda y el archivo. En la otra casa, en la planta alta, se hallan las oficinas de la contraloría departamental, del secretario privado de la gobernación y, en la baja, las del ingeniero departamental, de los médicos legistas, del juez de tierras, de la cámara de comercio y el depósito de herramientas.

En el frente del palacio hay esta lápida:

M. J. CASTRILLÓN

Nació en esta casa el 17 de junio de 1781

Y esta otra colocada ahora con ocasión de los festejos del IV centenario:

            Aquí existió la casa del capitán

Diego Delgado

            Vencedor de Álvaro de Oyón.

Media calle ocupa por el lado de la plaza el palacio departamental o de la gobernación; el resto, al oriente, son las casas (calle 4 6-44) de don José Leonardo Zambrano, quien la habita con su señora, doña Carmela Díez y sus hijos don Gonzalo y la señorita doña Nelly; y del doctor Marco Aurelio Zambrano Arboleda y su señorita hermana doña Eufemia. En la última casa, que hace esquina con la carrera 6 y que está marcada por esta carrera, por donde tiene la puerta con el número 3-82, se puso ahora, en el lado de la plaza, esta inscripción en mármol:

            Aquí existió la casa de habitación

            del Adelantado don Sebastián de Belalcázar.

El palacio municipal

En la misma plaza, haciendo esquina, al lado oriental, se levanta el palacio municipal, también de dos pisos, ensanchado y reconstruido en estilo español, bajo la dirección de los ingenieros doctores Carlos Torres González y Gabriel Junca y de la firma constructora Puerta y Marmoreck. La reconstrucción se empezó durante la alcaldía de don Francisco Villamil, que es ingeniero, en 1939. El frontis, sin que entre el cronista en disquisiciones arquitectónicas, es muy armonioso y el frontón de la entrada a la plaza, sostenido por columnas que ocupan parte del espacioso andén, le da grata imponencia al edificio. Este tiene otra entrada por la calle norte (4ª) al ancho patio enclaustrado de arcos. El nuevo salón de sesiones del concejo, en la parte alta, al oriente, es severamente hermoso, aunque no se tuvo en cuenta, al edificarlo, el número de retratos que estaban en el viejo galón, que daba a la plaza. Ahora solo cupieron en él, en cuadros al óleo, las siguientes efigies: en el centro, pared occidental, la de Bolívar, por Monvoisin; a la izquierda, las de Francisco de Paula Santander, Caldas, Torres, Manuel María Mosquera; a la derecha, las de Belalcázar, José Rafael Mosquera, José María Obando y José Hilario López. En la pared sur, las de José María Quijano, Francisco Antonio Ulloa, el Arzobispo Mosquera, Julio Arboleda; en la pared occidental, las de Sergio Arboleda, Carlos Albán, Euclides de Angulo, Ezequiel Hurtado, Julián Trujillo, Froilán Largacha; en la pared norte: las del Gran General Tomás Cipriano de Mosquera, Joaquín Mosquera, José María Mosquera y Figueroa.

En la galería de retratos de la antigua sala del concejo, figuraban, además, las siguientes que no tuvieron puesto en la nueva y que están hoy en el salón de la alcaldía.

Ilustrísimo señor Pedro Antonio Torres, ilustrísimo señor Carlos Bermúdez, ilustrísimo señor Manuel Antonio Arboleda, don Tomás Olano y Hurtado, presbítero don Ramón Domingo Lemos, don Rafael García Urbano, doctor Antonio Olano y Olave, ilustrísimo señor Ignacio León Velasco, doctor Guillermo Valencia, don Ignacio Muñoz C.

El salón del concejo no fue hecho con proporciones popayanejas: es muy moderno pero en él deberían tener cabida las estampas de todos los grandes hijos y servidores de la ciudad. Y estos no son solo los que están retratados, aún faltan muchos que no han recibido la consagración del pincel. El doctor Arcesio Aragón los enumera en su obra titulada “Popayán”. Y aún hay y habrá más.

En el muro del palacio municipal, al lado izquierdo, entrando, del portón de la plaza, se colocó, para ser inaugurada durante las fiestas del centenario esta lápida en mármol:

En homenaje a la mujer payanesa;
para memoria de su valor sereno,
de su inteligencia, abnegación y piedad,
de su virtud que plasmó sabios,
héroes y santos;
de su altivez y su lealtad sublime,
de su patriotismo y de su gracia.
IV centenario de su fundación
MCMXL

Y al lado izquierdo, en bronce, la siguiente:

El Congreso de Colombia

Rinde homenaje de gratitud

Al fundador de Popayán,

Adelantado Sebastián de Belalcázar

Y a los muy ilustres hijos de la ciudad que rigieron los destinos de la Patria: Camilo Torres, Joaquín de Mosquera, José María Obando, Tomás C. de Mosquera, José Hilario López, Andrés Cerón, Froilán Largacha, Julián Trujillo, Exequiel Hurtado, Euclides de Angulo.

Después del palacio municipal, en la calle de la plaza, está en primer término la casa (carrera 7 No. 4 – 41) que es de la señorita Evangelina Constaín, casa en cuya fachada en los portales se puso ahora esta lápida en mármol:

“Aquí existió la casa de don Pedro de Velasco, compañero de Belalcázar”

Siguen dos casas más, la de don Fabio Grueso (No. 4 – 69), honorabilísimo agricultor, casado en terceras nupcias con doña Clemencia Arboleda Castro, y la de propiedad de don Arquimedes de Angulo, en la esquina en cuya parte baja está el “Café Eléctrico”, uno de los más concurridos y mejor servidos de la ciudad.

Bajo los corredores altos y externos de las casas de la señorita Constaín y del señor Grueso, están “Los Portales”, largo corredor libre con gruesas columnas cuadradas a la calle, construido por doña Dionisia Pérez, mujer del marqués de San Miguel de la Vega, para que allí durmieran los pobres que no tenían techo.

La Catedral

En medio del costado sur de la plaza de Caldas, ante un atrio de piedra de cantera, se yergue la catedral metropolitana de estilo dórico del renacimiento español, con su frontis de grupos de columnas y frontón cortado, su amplia nave principal y las angostas naves laterales, divididas en capillas, las nuevas capillas que se prolongan en cruz, construidas para sostener mejor el edificio y dedicadas al Santísimo Sacramento, la del lado izquierdo, y a Santa Bárbara la del lado derecho, las altas naves del Sagrado Corazón de Jesús y de la Inmaculada Concepción, su altar mayor de cal y canto, que encierra otro colonial, todo de plata, muy artístico y labrado y su atrevida cúpula de cuarenta metros de alto, que domina majestuosa la ciudad y que inmortaliza el nombre del arquitecto, formado por su propio esfuerzo, don Adolfo Dueñas, quien nunca salió de Popayán ni estudió en universidades la arquitectura y fue, sin embargo, un grande arquitecto y notable pintor. El hizo el frontis y concluyo en 1906 el templo puesto bajo su dirección catorce años atrás por el primer arzobispo de Popayán, ilustrísimo señor Manuel José Cayzedo, prez del clero colombiano. De Popayán pasó el señor Cayzedo al arzobispado de Medellín, en donde murió a muy avanzada edad, entre el cariño y el respeto de todos los católicos colombianos.

La construcción de la Catedral proyectada por el ilustrísimo señor obispo Velarde y Bustamante, anhelo del ilustrísimo señor Jiménez de Enciso, quien le dio comienzo el 30 de mayo de 1819, tomó empuje bajo el obispado del ilustrísimo señor Pedro Antonio Torres con nuevos planos del ingeniero don José María Mosquera y Mosquera, hijo de don Joaquín, educado en Europa y, modificados tales planos reduciendo las proporciones, por el padre Serafín Barbetti, de la comunidad de franciscanos, avanzó la edificación durante el obispado del ilustrísimo señor Juan Buenaventura Ortiz. Las guerras y la penuria hubieron de paralizar los trabajos durante los obispados de los ilustrísimos señores Cayzedo y Cuero y Carlos Bermúdez.

Entre las pocas joyas que el general Nariño dejó del rico tesoro de la catedral cuéntase una custodia toda de finas y grandes esmeraldas, llamada por eso “la verde” y que es la que se emplea en la procesión de Corpus.

Hay también doce cuadros del salterio, bellas pinturas en metal, de gran colorido y de magníficas alegorías sobre los misterios del Rosario, todos con marcos de plata repujada. Entre las imágenes que guarda el templo es notable un Cristo de cara de moro, hecho en España para atraer a los moros a la fe cristiana, mediante la contemplación de un Redentor de faz semejante a la de ellos.

El ilustrísimo señor Manuel Antonio Arboleda, de grata memoria por su caridad y sufrimientos, por su mansedumbre y bondad, dotó a la catedral de suntuosos ornamentos y de un espléndido órgano reputado como uno de los mejores de Suramérica. El señor Arboleda murió el 12 de abril de 1928 y sus restos descansan en la capilla de Santa Bárbara.

Al señor Arboleda sucedió en la silla arquiespiscopal el excelentísimo señor Maximiliano Crespo, varón apostólico, colmado de virtudes, quien murió en Palmira el 7 de noviembre de 1940 y su cadáver fue sepultado al lado del de su predecesor.

Por la sede vacante del excelentísimo señor Crespo rige hoy la arquidiócesis con tino y prudencia, como administrador apostólico, monseñor Nereo Piedrahita, canónigo de la catedral, muy estimable y estimado por su bondad y celo religioso. El coro catedral lo forman monseñor Piedrahita y los señores canónigos don Emiliano López y Tello, deán de la Catedral, don Guillermo D. Gómez, tesorero dignidad, don Luis F. Roldán, canónigo teologal y los capellanes de coro, presbíteros don Víctor Bonilla y don Jesús María Escobar.

Al lado occidental del templo se alza el nuevo palacio arzobispal, de sobria y elegante fachada, de estilo del renacimiento italiano, inconcluso todavía. Lo mandó construir el excelentísimo señor Crespo. La dirección técnica ha estado a cargo de los ingenieros señores Jesús María Plaza, Fabio Romero y Marco Tulio Ante. La grada en caracol es un alarde de arquitectura.

Los almacenes de la planta baja del palacio están ocupados por las oficinas de la sucursal de la Compañía Colombiana de Tabaco. En la esquina está la torre del reloj, tantas veces descrita y tan cara a los payaneses, como que sin ella perdería su fisonomía la ciudad. En el frente de ella a la plaza fue colocado ahora un escudo de Popayán en piedra. Lo labró el bogotano señor Rodolfo Arévalo.

He aquí la cédula por la que fueron señaladas armas a la ciudad:

“Don Felipe etc. Por cuanto Joan Cancelén, en nombre de Vos, el Concejo, Justicia, y Regidores de la ciudad de Popayán, que es en las nuestras Indias del mar Océano, no ha hecho relación que bien sabíamos y nos era notorio los muchos y leales servicios que los vecinos de esa dicha ciudad nos habían hecho, y la lealtad y obediencia que siempre nos habíades tenido, así en las alteraciones pasadas de Gonzalo Pizarro y Francisco Hernández Girón, como en otras cosas y me fue suplicado que en remuneración de los dichos vuestros servicios, os hiciésemos merced de señalar armas a esa dicha ciudad, según y como las tienen las otras ciudades y villas de las dichas nuestras Indias, o como la nuestra merced fuese; y nos, acatando lo susodicho y porque somos ciertos y certificados de los dichos vuestros servicios, tovímosle por bien y por la presente hacémosle merced y queremos y mandamos que agora y de aquí adelante esa dicha ciudad de Popayán haya y tenga por sus armas conocidas un escudo que esté al medio del una ciudad de oro, con unas arboledas verdes a la redonda della, y dos ríos: el uno de la una parte de la dicha ciudad, y el otro de la otra, entre arboledas y aguas azules y blancas; y en lo alto, a la mano derecha, una sierra nevada y un sol encima de la dicha sierra, en campo azul y una orla con cuatro cruces de Hierusalem coloradas, en campo de oro, en un escudo a tal como este según que aquí va pintado y figurado, etc. Dada en Valladolid a 10 de noviembre de 1558. La Princesa”.

La parte occidental de la plaza de Caldas está formada solo de tres casas de alto, al sur, la de doña Julia Villaquirán v. de Velasco, con entrada por la calle 5 (No. 7-20), la de don Daniel Valdivieso, al centro, quien la habita con su señora, doña Sixta Delgado y sus hijos, y en la que se puso ahora esta lápida:

“AQUÍ EXISTIERON LAS CASAS DEL CAPITÁN FRANCISCO DE MOSQUERA Y DE DON CRISTÓBAL DE MOSQUERA, COMPAÑEROS DE BELACÁZAR”

Y haciendo esquina al norte, la del doctor Gabriel Caicedo Arroyo, distinguido médico que fue gobernador del Cauca, casado con doña Herminia Arboleda y entre cuyos hijos se destaca el médico Víctor Gabriel.

En esta calle se encuentran la sucursal del Banco de Colombia, de que es gerente el español don Manuel Lago, el Banco Agrícola Hipotecario que dirige el doctor Francisco Angulo C., y la imprenta de don Modesto Castillo.

LA CALLE DE SAN FRANCISCO.

Frente a la casa del doctor Caicedo, en la calle que va para San Francisco está, en la esquina, con el frente al oriente, el Banco del Estado, la más antigua institución de esa índole en el Cauca grande (Cauca, Valle, Chocó, Nariño) y cuyo actual gerente es don Hipólito Castrillón Mosquera, nieto del prócer Manuel José Castrillón, gran caballero, muy trabajador, de finas maneras y quien hace nueve años desempeña a contentamiento general ese cargo, por su competencia y honorabilidad indiscutibles.

Siegue una pequeña casa, como el Banco, de alto, en cuya planta baja hay una peluquería denominada Moderna, servida por los peluqueros señores Jorge Illera y Efraím Camacho a más de otros oficiales.

Viene luego la casa de un solo piso, en que nació Guillermo Valencia, en la que ahora hay una agencia central de lecherías y una bien asistida cafetería en las piezas delanteras, con puertas a la calle. A continuación, la casa de dos pisos, de propiedad de don Horacio Ortega, nariñense, ocupada hasta los días del centenario por el Club Popayán.

En esa casa se alojó don Marco Fidel Suárez en el viaje que hizo, como presidente de la República, a caballo, hasta Rumichaca en el límite con el Ecuador. El Club es institución social que da realce y comodidad a la ciudad. En los días del centenario y varios periodos atrás tuvo por presidente al doctor Hernando Rojas Arboleda y eran miembros de la junta directiva los señores Adolfo Zambrano, José María Lenis, Francisco Angulo Cajiao y Luis Carlos Iragorri.

A petición del doctor Rojas Arboleda, Guillermo Valencia copió para el Club, de su puño y letra, en pergamino decorado por el artista Hernando Arboleda Ayerbe, las catorce estrofas de su canto “A Popayán”. El Club ostenta esta copia, enmarcada en marco antiguo, en su salón principal.

En los bajos de esta casa háyanse el café “Águila Roja” y la agencia judicial de los doctores Efraím Silva Rebolledo y Luis Carlos Pérez y el restaurante Gambrinus.

Termina esa “cuadra” con la casa de alto de don Antonio Casas Castillo, quien vive en ella con su señora, doña María Luisa Rojas Arboleda y sus hijos.

La calle del frente, después de la casa del doctor Caicedo Arroyo, casa, en cuya parte baja, por este lado, se encuentra la Caja Agraria, de que es gerente don Gonzalo Zúñiga y el consultorio médico del doctor Víctor G. Caicedo Arboleda, está formada por casas de solo un piso, las que tienen locales ocupados por la agencia judicial del doctor Jesús María Casas (de actual residencia en Pasto) y del doctor Germán Fernández y por la “Fotografía Ideal” del señor Rafael Fernández de Córdoba. Las casas las habitan el médico doctor Jorge Flórez Toro con su señora doña Esperanza Calvo y sus hijos; (No. 7-87) don Carlos Arboleda Castro, su señora Marta Vivas y sus hijos (No. 7-79); don Abraham Valencia, experto violinista, y su familia. En la de la esquina, que es de la Curia arzobispal, vive el doctor Genaro A. Muñoz Obando, con su señora doña Leonor Cajiao y su familia. El doctor Muñoz es uno de los más altos valores intelectuales de la ciudad como jurisconsulto, como poeta, como humanista.

Antes de llegar a la plazuela de San Francisco está la cuadra que principia con la antigua mansión de don Miguel Arroyo Díez, gobernador que fue del Cauca, ministro de educación nacional en la administración del general Pedro Nel Ospina, gran señor de excepcional prestancia personal y social, muerto en París en 1935.

En lo que era patio interior de esa mansión funciona actualmente el salón cinematográfico nombrado “Popayán”, de buena comodidad, presentación y proporciones.

El doctor Luis H. Vivas tiene su agencia judicial en los bajos de la primera parte de la casa.

En seguida, la amplia y lujosa residencia de don Gonzalo Muñoz Muñoz, hombre de negocios, útil ciudadano, y de su señora doña Josefina Zambrano de Muñoz y su familia: el joven don Reinaldo y la señorita Josefina. Esa casa, como varias otras, luce en los balcones primorosos tiestos permanentes de flores. En los almacenes de la parte baja están las oficinas de la empresa eléctrica de la Florida. Remata la calle con el suntuoso edificio del Banco de la República de reciente construcción, con habitación particular del gerente en la parte alta.

Frente a esta cuadra quedan las espaldas del Seminario y del convento de los padres Redentoristas.

LA ESTATUA DE CAMILO TORRES.

En la plazuela de San Francisco, uno de los rincones más preciosos de Popayán, levántase la noble estatua de Camilo Torres, escultura también de Verlet, inaugurada con magnífica oración, en 1916, asimismo como la de Caldas, por Guillermo Valencia. Dos araucarias, regaladas en 1916 por el doctor Adolfo Córdoba y por este cronista, adornan las eras que dan a la calle. La estatua tiene por fondo, al norte, el edificio de la Imprenta Departamental, la que, muy ensanchada, posee completos talleres tipográficos y de encuadernación, de fotograbado, cincograbado y estereotipia, un linotipo y prensas planas. Trabajan en ella treinta obreros de ambos sexos y la dirige (      ). No tiene aún impresora rotativa.

PUBLICACIONES PARA EL CENTENARIO.

En esa imprenta se editaron, como homenaje a Popayán en el cuarto centenario de la fundación de la ciudad: el libro “Historia de la Poesía en Popayán”, de que es autor José Ignacio Bustamante, libro de grande interés por la esmerada dicción, por el arduo acopio de datos acerca de los poetas payaneses desde la Colonia, por la imparcialidad y donosura con que fue escrito. Estima el cronista este libro como uno de los mejores aportes a la celebración del centenario; el número extraordinario de la “Revista Popayán” exclusivamente dedicado a la ciudad y que contiene el editorial, del doctor Arcesio Aragón, de donde el cronista tomó la cédula de Carlos V de 10 de marzo de 1540, el interesantísimo escrito titulado “Apuntamientos históricos sobre la guerra de independencia en Popayán” del prócer mártir Manuel José Castrillón; los documentos relacionados con el Panteón de los Próceres, inaugurado como se contará luego; una guía turística de Popayán, galería de hombres ilustres y el “Himno a Popayán”, música del notable compositor y exquisito conversador don Avelino Paz, cantado por escuelas y colegios en las fiestas del centenario.

La revista fue fundada en agosto de 1907 por don Miguel Arroyo Díez y el doctor Antonino Olano, otro payanés de gratísima memoria y está redactada ahora por el doctor Arcesio Aragón, don Santiago Arroyo y don Tomás Maya. El señor Arroyo, que lleva con honra su ilustre apellido, hermano de don Miguel, expertísimo en historia, de cuya academia nacional hace parte. Muchos trabajos suyos han esclarecido las páginas de la revista que redacta. Es poco común su versación en humanidades.

Don Tomás Maya tiene el orgullo de ser padre de Rafael Maya. Fue rector de la Universidad del Cauca, gobernador del departamento, antiguo profesor en varios colegios y todavía lo es en la Universidad; autor de encomiados textos de gramática castellana para enseñanza primaria y secundaria; ejemplar ciudadano de austeras costumbres.

El doctor Arcesio Aragón, oriundo de Buga mas payanés de corazón, pues estudió en la Universidad del Cauca, fundó su hogar en Popayán y siempre ha vivido aquí, escribió con ocasión del centenario su nuevo libro “Fastos payaneses”. El libro le hace honor a la ciudad y al autor, que es un erudito en la completa acepción de la palabra. Tiene publicadas, además, las siguiente obras: “Codificación de Policía del antiguo departamento del Cauca”, “Nueva Codificación de Policía”, “Pequeño memorándum administrativo”, “Estudio penales”, “Repertorio administrativo”, “Proyecto de Código de Policía del departamento del Valle”, “Proyecto de Código Fiscal del Departamento del Valle”, “Nociones de Derecho Público interno”, “La Universidad del Cauca”, “Jurisprudencia Administrativa”, “Popayán”, “Elementos de Criminología” y, en prensa, “Comentarios al nuevo Código Penal”.

Fue publicado por los días de los festejos, en la imprenta de que se viene tratando, un folleto de título “Homenaje del estudiantado a la memoria de don Carlos Vernaza Diago”. La palabra estudiantado no es castiza pero el homenaje de los estudiantes, encabezado por los jóvenes Vasco J. Vejarano, Julián O. Delgado P., Fernando Angulo, Manuel Arboleda, Edgar Mosquera, Guillermo Turbay L., Antonio J. Varona y Mario Varona, que lo ofrecía, fue muy justo y encajaba bien con las fiestas que se celebraban: el señor Vernaza Diago, prematuramente muerto el 14 de agosto de 1940, fue caballero perfecto, gran ciudadano, rector de la Universidad del Cauca, gobernador del Departamento, ecuánime, progresista, querido de todos. Su presencia la echaban menos en la celebración del cumpleaños de Popayán sus amigos y toda la ciudad. El folleto recogió el duelo de esta y el de la república por la sentidísima desaparición del señor Vernaza.

Sorprendente edición fueron los dibujos a pluma de monumentos y paisajes de Popayán por J. A. Velásquez Valencia, impresos en sepia, cincograbado y cartón, muy bien ejecutados y que revelan en su autor un artista de veras. Velásquez Valencia, caleño, nación dibujante; no ha tenido maestros de dibujo; es muy joven. El porvenir lo aguarda con numerosas palmas. El álbum en honor de la ciudad es exquisito obsequio a esta.

También editó la misma imprenta, por cuenta del comercio anunciador, un álbum de fotograbados de la ciudad, muy esmerado. Como portada muestra una fotografía del cuadro monumental de Efraím Martínez, “Apoteosis de Popayán”.

Se anotan aquí, para agrupar publicaciones, aunque no fueron editadas en la imprenta departamental, las siguientes:

“Olvido”, libro de pulidos versos del poeta Marco Antonio Cajiao, impreso en la tipografía de El Carmen, versos cuyo mérito se deduce de haber sido prologados por el doctor Guillermo Valencia y por el doctor Arcesio Aragón. El doctor Cajiao es además latinista y competente profesor en la Universidad.

“La Voz Conservadora”, semanario del doctor Carlos Restrepo, dirigido por el doctor Miguel A. Orozco y de que es gerente el doctor Eduardo Bucheli M., hizo notable y bello esfuerzo por la ciudad, al lanzar, como lanzó, una esmerada edición extraordinaria dedicada a ella. La primera página ostenta un fotograbado del cuadro ya mencionado de Efraím Martínez, y lo explica detalladamente. Todas las páginas están consagradas a Popayán. La edición se llevó a cabo en la pequeña tipografía “La Perla” de que es propietario el abnegado trabajador don Jaime Fletcher Feijoó.

Asimismo, el diario “El Liberal” ofreció una lujosa edición extraordinaria, de 20 páginas, para honrar la ciudad. Es jefe de redacción don Hernán Ríos; y lo administra don César A. Campo. Se edita en talleres propios. Carrera 8 No. 5-60.

EL ARCHIVO DEPARTAMENTAL.

En el salón que da a la calle en la parte alta del edificio de la Imprenta en cuestión están actualmente los archivos departamentales, arreglados por don José María Arboleda Llorente, hijo de don Enrique Arboleda Valencia y nieto de don Sergio Arboleda. He aquí un payanés meritorio: estás salvando la historia de Popayán, de la gobernación de Popayán, desde los tiempos en que la ciudad extendía su dominación hasta el Atlántico y hasta el Amazonas. Paleógrafo insigne, ha descifrado ya 9461 documentos de extraordinario interés, muchos de ellos de letra raposina, y tiene preparados para la publicación cinco voluminosos y ordenados tomos de 716, 686, 774 y 342 páginas respectivamente. Están arreglados en la misma forma en que deben ser editados y contienen 7641 cédulas, correspondientes a otros tantos documentos, cédulas en las que se anotan los datos relativos a estos, de manera que el que las consulta sabe lo esencial de los documentos y en qué anaquel y bajo qué denominación y número se encuentra el original.

El último tomo es de índices parciales: de materias, lugares, personas y signaturas, y se refiere a los cuatro tomos de la sala de la Colonia.

El señor Arboleda principió su labor bajo la administración de don Carlos Vernaza Diago, después de haber viajado por Europa, sido director de educación pública del Cauca, y secretario y encargado de la legación de Colombia en el Ecuador y, con innúmeras dificultades y muy escasa remuneración, la ha continuado hasta hoy con pulcritud de conciencia, con amor, con decisión, con entusiasmo. Sabe lo que está haciendo y cuánto servirá a Popayán y trabaja sin descanso, entre apolillados pergaminos y papeles, por entregarle a la ciudad la más completa y auténtica memoria de sus hechos y de sus hombres.

LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO.

Al occidente tiene la estatua de Torres como fondo el frontis de la iglesia de San Francisco, tallado en piedra. Es de majestuosa belleza, de puro orden corintio como todo el suntuoso templo, cuya construcción data de 1775, bajo la dirección de los arquitectos españoles don Antonio de García y Fray Antonio de San Pedro Pérez. “La construcción, dice la guía histórica-artística de Popayán de R. Negret, duró veinte años y costó más de doscientos mil pesos, sin entrar el altar mayor y la torre principal que no alcanzaron a terminarse a causa de la guerra de la independencia. Fueron obra del cura presbítero Cesáreo Caicedo, en 1905. “El altar mayor y la torre fueron dirigidos por don Adolfo Dueñas, quien pintó las imágenes que decoran el primero. La bóveda de la nave principal era de cañas y madera, debido al afán del prior de los Franciscanos por terminar la fábrica. El señor cura de San Francisco, doctor Manuel Esteban Paredes, virtud acrisolada, auténtico cura de almas, la cambió por sólidas arcadas de ladrillo y la hizo decorar. Merece este templo una decoración como la del de La Merced, de Pasto, oro y buen gusto, o como la que se le está dando al templo de Cristo Rey, de los padres jesuitas, en la misma ciudad. El actual señor cura de San Francisco, doctor Laureano Mosquera Vidal, tiene arrestos para eso y mucho más. Es el señor presbítero Mosquera activísimo y celoso sacerdote, ordenado el 29 de junio de 1913, en Cali, por el ilustrísimo señor Perlaza, a los 25 años de edad. Cura de Palmira, de Pradera, de San Agustín en Popayán, secretario arzobispal durante seis años. Síndico del Seminario y de la Catedral, Juez prosidonal, Profesor de la Universidad, por donde ha pasado ha dejado impresa la huella de su eficacia en pro de las almas y del bienestar ciudadano. Elocuente orador sagrado, conmueve y convence. De imponente presencia, de grande experiencia, con propio y heredado don de mando, con eximias virtudes, con la misma sangre del ilustrísimo señor Manuel José Mosquera, bien llevaría una mitra arzobispal. Sabe él lo que valen los tesoros que guarda la iglesia de su parroquia, lo bella e histórica que es y la cuida con esmero. Ha arreglado los lujosos salones en el lado noreste de la iglesia en los que preparó la exposición para el cuarto centenario de objetos artísticos propios del templo. Allí pudo el público admirar: Una custodia de oro incrustada de esmeraldas, perlas, diamantes y amatistas, de dos arrobas de peso. Fue trabajada en Popayán en 1740 por don José de la Iglesia. La misma custodia lo dice: “DN Jophe de la Igla. me fecit-Popan.Año 1740). Esta custodia es de factura semejante a la que poseen en Bogotá los padres jesuitas. Es exquisita obra de arte y de majestad única. Una corona de oro, trabajo de filigrana; preciosa y de gran valor. Un rosario con cruz-pectoral, de lapislázuli, muy lindo. Una corona imperial, con diadema de diamantes, de gran valor, posiblemente la joya más rica que posee Popayán. Un cetro, con piedras preciosas. Un sagrario de plata repujada. Un expositorio de madera, estilo rococó, repujado en plata en su interior. Colección completa de cuadros de los apóstoles, en lienzo, con marco dorado antiguo; esta colección perteneció a la hacienda de Calibío, y don Ignacio Muñoz C. la cedió a la Iglesia de San Francisco. Colección completa de los apóstoles, pintura sobre vidrio, de un acabado perfecto del Siglo XVI, regalo de un pontífice a un obispo de Popayán, según reza la tradición; esta colección tiene también marcos de dorado antiguo, en oro puro. Cuadro de San Pedro de Alcántara, en fondo oscuro, del Siglo XVII; cuadro de San Francisco de Asís, en fondo oscuro, del Siglo XVI. Cuadro de la Virgen de Guadalupe, pintura del Siglo XVIII, con marco dorado antiguo. Pintura en lienzo de Arce de Ceballos, la que representa la escena de la pasión, “La Magdalena enjuga el rostro del Señor”. Cuadro de Arce de Ceballos, pequeño, representa la escena del Arcángel San Rafael al sacar del mar el pez que había de curar la ceguera de Tobías. Pintura que representa a Fray Joaquín, fundador del convento, en su lecho de muerte, hecha por Sepúlveda en 1755. Seis pinturas sobre vidrio, ya borrosas, con marco dorado antiguo. Grabada en alabastro, una cruz de arte perfecto. Alto relieve que representa a San Francisco de Asís, dominando el mundo, en hueso, genuina talla española. Mosaico pequeño, de pinturas sobre vidrio, en miniatura, muy precioso. Cuadro de la Virgen de las Mercedes. Cuadro de Rafael Troya, “Las razas al pie de la Cruz”. Cruz tallada en madera, estilo rococó, en dorado puro. Imagen de la Inmaculada, pequeña, con peana, corona y alas de plata. Un atril de plata. Cinco casullas de brocado en oro, Siglo XVIII. Una casulla bordada en oro íntegramente: es un paño de oro. Dos casullas rojas trabajadas en oro, Siglo XVIII. Tres casullas moradas en oro, Siglo XVIII. Una capa de brocado en oro puro. Un ornamento rosado bordado en oro. Tres casullas de brocado de plata. Dos casullas bordadas en seda, preciosas, Siglo XVIII. Juego completo de dalmáticas, en seda y plata. Además posee la iglesia un vestido de San Francisco de Asís, en oro, de un brocado en plata, de San José; un vestido de la Virgen, de brocado en oro; miniaturas de la Virgen de las Mercedes, sobre brocado en plata. Entre las imágenes del templo se destacan las de San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara y San Francisco Javier, trabajos de Caspicara. El púlpito tallado en madera y decorado de oro, de estilo plateresco, es imponderable obra de escultura.

La iglesia de San Francisco tiene dirección de oriente a occidente. A su espalda está el palacio de San Francisco, antiguo convento de los franciscanos, muy espacioso y de corredores de arcos. La comunidad franciscana se estableció en Popayán entre 1568 y 1570, según datos que se guardan en el archivo parroquial. Construyó el primitivo templo Fray Jodoco Ricke, hijo de Carlos V, ayudado eficazmente por don Francisco Torijano Marín en 1680. Los primitivos religiosos pertenecían a la regla de San Bernardino y se dedicaron a la evangelización del Napo, Putumayo, Caquetá, Amazonas. El convento vino a menos y en 1754 el padre Fray Fernando de Jesús Larrea, quiteño, reorganizó la casa, dándole el título de “Colegio de Misiones de Nuestra Señora de La Gracia”, con aprobación del Papa Benedicto XIV, según consta de la Bula de 23 de septiembre de 1755. La desamortización pasó el convento al Gobierno. Hoy pertenece a la Universidad del Cauca. Allí funcionó la gobernación hasta la edificación del palacio departamental y está funcionando, hasta que se traslade al palacio nacional, la administración de justicia. Don Adolfo Dueñas fue el arquitecto de la arcada que le da frente al edificio.

En seguida del palacio está el cuartel militar, modernamente reconstruido y muy ornamental para la ciudad con su cuidada fachada y con sus almenadas torres.

La iglesia, el palacio y el cuartel ocupan dos calles, sin bocacalle que las divida. Es la sola calle que rompe la uniformidad de las manzanas de la ciudad.

Calle de por medio con la iglesia están la agencia judicial del doctor Miguel A. Orozco (No. 9-09), las casas del señor presbítero Mosquera Vidal quien vive con su señora madre, doña María Jesús Vidal de Mosquera y sus hermanas, de don Julio Garrido, casado con doña Dolores Villaquirán, matrimonio de numerosos y aventajados hijos, de don José María Zambrano y su señora doña Rebeca Ulloa, de doña Lola Rada v. de González y la de la esquina (No. 9-85) de los herederos de don Carlos Vernaza Diago, ocupada por el doctor Francisco E. Diago, consumado civilista, autor de varias obras de derecho, profesor de la Universidad del Cauca y rector interino de ella antes del actual, hombre de mundo, aficionadísimo a la música, de muy ameno trato y muy noble amigo. Va por los setenta años de edad.

EL BARRIO DE PANDIGUANDO Y LA CALLE DEL CACHO.

En la esquina siguiente comienza, al occidente, el barrio de Pandiguando, con la casa de doña María Luisa Villaquirán, viuda del general y doctor Celio Guzmán, memorable ciudadano prestigioso y suegro de don Jorge Mosquera Vidal, muerto este en agosto último, enérgico y progresista alcalde que fue de la ciudad, prestante ciudadano que hizo falta en las fiestas centenarias.

Ese barrio, de tres calles, todas de casas de un solo piso, excepto la frontera al cuartel (No.10-97) de la señora Ismaelina viuda de Iragorri, está poblado por gentes honorables, entre ellas, don Habacuc Cerón y su familia, el doctor Justiniano Medina Bonilla, caloteño, magistrado del Tribunal Superior y su familia, doña María Arboleda viuda de don Carlos Ayerbe, etc.

De la esquina del cuartel hacia el sur parte la calle del Cacho que voltea, en dirección al oriente, hasta la casa, calle en medio, del mayor don Virgilio Velasco, casado con doña Rebeca Iragorri. Esa casa fue de don Primo Pardo y su señora, doña María Jesús Iragorri, grandes benefactores de la iglesia de San Francisco. Un pabellón del Hospital de Caridad lleva el nombre de don Primo por haberlo donado él en su testamento.

Llámanse las dos calles de que se viene hablando, consideradas como una sola, calle “del Cacho” por la forma que de tal tienen, únicas torcidas que hay en Popayán. Las demás son todas rectas y en su mayoría, anchas. Tienen sus casas en ella, entre otros vecinos, del lado norte a sur, don Nepomuceno Bonilla, casado con doña Antonia Iragorri, don Ricardo Paredes, su señora y sus hijos, y de occidente a oriente, la señora viuda y los hijos de don Enrique Paredes, la señora viuda y los hijos de don Emiliano Paredes, don Julián Fernández y su señora Emma Ibarra y sus hijos, el doctor Hernando Rojas Arboleda, su señora doña Julia Chaux y sus siete hijos, la señora viuda e hijos del general Rafael Negret, autor de varias obras históricas y militares y de la “Guía” ya mencionada, don Rafael Erazo, don Ricardo Vallecilla, su señora María Quijano y sus hijos, el presbítero don Víctor Bonilla y su hermana la señorita doña Otilia, el doctor Gerardo Bonilla y su señora, doña Cecilia Ayerbe, don José Fernández, su señora y sus hijos, don Buenaventura Hurtado y su hermana, la señorita Mariana.

De la calle del cacho (oriente-occidente) base al cementerio. Ya se ha dicho que el camino hasta él está pavimentado de cemento. Bordean la vía arbustos de los mismos del cerco del parque de Caldas, los que reemplazaron la arboleda de eucaliptos iniciada por don Simón Rojas en la mencionada fiesta del árbol, la que hubo que talar por la proximidad del campo de aviación. Constrúyese ahora nuevo barrio en lo que se llamó potrero de El Achiral colindante con la salida de la calle del Cacho y el barrio de San Camilo.

RAFAEL MAYA

El barrio de San Camilo, que debe su nombre al convento de los padres Camilos que en la Colonia asistían a los agonizantes, es muy poblado y notable por el mismo vasto convento, de española arcada interior, el que habiendo pasado a los bienes de la curia fue vendido por el arzobispo, excelentísimo señor Arboleda, a tres religiosos franceses, de la comunidad de los Hermanos Maristas de la Enseñanza, la que ahora lo ocupa; lo ha ensanchado mucho; le ha construido artística capilla de orden gótico; tiene allí su noviciado y el mejor de los huertos de la ciudad; por la fachada la antigua iglesia del convento; por estar en ese barrio la casa en que nación Carlos Albán, en la que hay una lápida que dice:

“ALBÁN”,

La en que vivió el prócer Miguel Santiago Vallecilla, marcada con un mármol en que se lee:

M. S. VALLECILLA

HABITÓ ESTA CASA,

La en cuyo frontis hay este nombre en mármol:

FROILÁN LARGACHA,

Y la en que vive don Tomás Maya, con su señora doña Laura Ramírez y su yerno don Carlos Latorre, casado con doña Aliria Maya. Varios nietos alegran el venturoso hogar en que nación Rafael Maya.

Rafael Maya, doctor honoris causa en filosofía y letras de la Universidad del Cauca, tiene ganado puesto de honor muy prominente entre los epónimos de Popayán; renuévase en él la tradición de grandeza de la ciudad; está escrito ya su nombre en la galería de hombres ilustres de Colombia. Estímasele en su ciudad y en la República como el primer orador académico, prosista y poeta, después de Valencia.

“La vida en la sombra”, “El rincón de las imágenes”, “Coros del mediodía”, “Alabanzas del hombre y de la tierra”, “Después del silencio” son armoniosos libros de poesía nueva y de gayas prosas con que ha escalado sin fatiga el Monte de la Fóxide y alcanzado un sillón al lado de los clásicos, entendiendo por estos los que escriben belleza con caracteres indelebles.

Como orador, la unidad de sus discursos, la diafanidad del fondo, la gracia imponderable de la forma, la luminosidad y novedad de las imágenes, el modo único con que describe paisajes, la musicalidad de sus períodos rotundos ha arrancado frenéticas palmas para él, en ocasiones solemnísimas, en Bogotá, en Medellín, en Cali, en Manizales.

Nació el 21 de marzo de 1897; cursó humanidades en el seminario menor de Popayán y en la Universidad del Cauca; estudiante, fuese a Bogotá en donde con mano firme y atento a los libros fue abriéndose amplia brecha en el campo de las letras, a las que se dio por entero. De mediana estatura, tórax robusto, rostro color mate, boca de labio inferior grueso y sensual, respingada nariz montada de quevedos, ojos negros y ancha frente que se confunde con la hermosa bóveda craneana en la pronunciada calvicie que va poniendo en fuga los oscuros cabellos, cojea de la pierna derecha por lo que siempre usa bastón. Modesto, jovial, chancero, no está envanecido con sus grandes triunfos literarios y es hijo amantísimo y amigo de veras. Es placer exquisito conversar con él. Aún no se ha casado.

EL EJIDO, EL EMPEDRADO Y SAN AGUSTÍN.

Colinda el barrio de San Camilo con parte de El Ejido que, como su nombre lo indica, es común de los vecinos, aunque está muy cercenado con edificaciones como el barrio Alfonso López, antihigiénico regalo, por la humedad del suelo, hecho a los obreros: hay la tradición de que en la conquista aquello era un lago y de que la loma del Azafate, en done ahora está el molino de trigo de Moscopán, fue levantada artificialmente por los caciques para tener en ella su residencia veraniega. Aquel barrio es foco de enfermedades para quienes lo habitan, pero es bellísimo el sitio de El Ejido, contorneado por amenas colinas y con una luz suave que en las tardes de verano pone grata melancolía en el alma.

En el occidente, en el histórico sitio de La Ladera, está la Normal rural de mujeres, edificio moderno con todas las comodidades para la enseñanza.

De El Ejido suben los barrios de El Empedrado y de San Agustín, llamado el primero así por haber sido la calle principal de él (carrera 5) la primera empedrada de la ciudad. En esa carrera están las casas que fueron del doctor Andrés Cerón, presidente del antiguo Estado Soberano del Cauca y de la República en febrero de 1860, durante ausencia del general Mosquera, en el ataquen en Bogotá de los cuarteles de San Agustín; del doctor Domingo Rojas y su señora doña Rosenda Tovar, padres que fueron de don Simón Rojas, experto funcionario público, senador, secretario de instrucción pública, gobernador del Cauca, atildado escritor, orador y periodista, muerto el 22 de diciembre de 1913; la del general José María Obando, en cuyo frontis hay una lápida que dice:

OBANDO.

Subiendo la carrera 5, poblada en la parte baja por buenos artesanos, obreros, gentes laboriosas, como los señores Guillermo Hurtado, Alfonso Guevara, Hernando Casas, Guillermo Rodríguez, Aníbal Ordóñez, Gonzalo Illera, Marco Antonio Illera, Rafael Dorado y muchos otros, se da, frente al costado oriental de la plaza de mercado y con una casa en cuyo frontis hay esta lápida =José H. López= y haciendo esquina con la calle 6, con la que tiene la entrada por dicha calle, del doctor Manuel José Mosquera Vidal, casado con doña Rosa Elvira Chaux y quien vive allí con su distinguida familia. El doctor Mosquera es afamado médico expertísimo hombre de trabajo y muy caritativo con los pobres, gran caballero por sangre y por educación, de exquisito trato, elemento social de gran prestancia.

Diagonal a la casa del doctor Mosquera y ocupando todo el frente de la cuadra hállase el colegio del Sagrado Corazón de Jesús, para señoritas, el que con suma competencia rigen las Hermanas Salesianas, traídas a Popayán por gestiones, entre otros, del inolvidable periodista e historiador don Jorge Ulloa y debido al celo por la educación pública del gobernador don Carlos Vernaza Diago. Comparten las Hermanas Salesianas, hijas de San Juan Bosco, con las Madres de San José de Tarbes, la misión de educar e instruir a las señoritas de Popayán y desempeñan admirablemente tan delicada labor.

El barrio de San Agustín (carrera 6ª.), llamado así por la iglesia parroquial, se ufana en contar entre las suyas la última casa de habitación de Carlos Albán. Encuéntrase en él, entre otras, las habitaciones de don Higinio y don Luis Paz< Urrutia y sus hermanas, de las familias Muñoz, Grijalbo, Constaín, Bonilla, de la señorita Conchita Caicedo, de don Simón Rojas Arboleda, su hermana Laura y las señoritas Muñoz rojas, del doctor Enrique Castellanos V. y sus hijos.

La iglesia, en que se venera una preciosa imagen de la Virgen de Dolores, cuya fiesta, para la que hay preciosos ornamentos donados por don Antonio Olano y Olave, estímase de las más solemnes entre las religiosas que se celebran en Popayán, es rica en joyas de arte, como una custodia de oro construida en la ciudad por Antonio rodríguez en 1673, en forma de águila bicéfala, cubierta de esmeraldas, rubíes, perlas y diamantes; el sagrario expositor, labrado íntegro en plata, hecho para la iglesia de Santo Domingo y comprado con limosnas para la de San Agustín por el maestro pintor José Antonio Rojas; el pequeño sagrario de plata repujada, artísticamente trabajado, regalado en 1759 por don Pedro Agustín de Valencia, la peana y los rayos de plata de la Virgen de Dolores, mallas para las velas y atriles de plata, las imágenes del Señor del Perdón y del Amo Caído, esculturas de gran valor artístico.

Estos objetos fueron exhibidos para las fiestas centenarias por el señor Cura de la Parroquia, presbítero doctor Miguel Ángel Arce, joven sacerdote de acrisolada virtud, elocuentísimo predicador, consagrado día y noche a su sagrado ministerio. Es honra del clero caucano.

EL COMERCIO.

De la esquina de San Agustín hacia la plaza de Caldas se encuentra la calle del comercio de ropas, el que muy pocos payaneses ejercen porque está dominado por extranjeros, en su mayoría turcos, sirios y polacos. La economía de Popayán es escasa, vive la ciudad del dinero que le entra por los empleados públicos, del ganado que se cría y ceba en las haciendas aledañas y en las regiones de Malvazá, Coconuco y Puracé, y de la poca agricultura circundante. Pasaron con la guerra de la independencia, con la abolición de los esclavos, con el fracaso del negocio de las quinas, con las guerras civiles, con el despedazamiento en varios departamentos del antiguo Cauca grande, con los caminos que la han puesto al margen de los negocios, los tiempos en que el oro repletaba las arcas payanesas, llegado de las minas del Chocó, del Micay, de Sajandí, de Quilichao, del Patía, a lo que debe sumarse el olvido en que dejaron la ciudad los diez presidentes que dio a la República, uno de los cuales, Mosquera, abrió la ruta de Buenaventura en vez de la de Sanquianga, proyectada por Codazzi.

Popayán es ciudad pobre, pero lleva su pobreza con suma dignidad. Todo lo dio a Colombia, sin reservarse nada. Ya lo expresó Valencia en estrofa inmortal:

«Nada guardaste, pródiga. Con gesto soberano

vaciaste el aúreo cofre de tu final presea.

Tu mano parecía una encantada mano…

¿Qué te resta?… Yo misma, clamas como Medea.

Y está en pie y, señora, olvidada de angustias y dolores, celebra ufanamente su cuarto centenario.

La manzana de la primera calle del comercio, de sur a norte, es la de la plaza de mercado, muy bien tenida, higiénica, cómoda. Véndense allí los frutos de la región y los que llegan de los cercanos distritos: el Tambo, Cajibío, Timbío, dolores, como los de Nariño y el Valle: papas, plátanos, ullucos, panela, café, maíz, fríjoles, arvejas, lentejas, repollos, lechugas, tomates, chirimoyas, guayabas, piñas, mangos, guanábanas, naranjas, entre los principales artículos alimenticios. También se expende allí la carne. Las reses se sacrifican en la carnicería, situada dos manzanas al oriente y construida por el distrito a esfuerzos de don Tomás Olano y Hurtado, de grata memoria para los payaneses por su espíritu progresista.

LA CALLE DE LA ERMITA.

Al llegar a la esquina de la plaza de Caldas por la calle del comercio se da con la que, partiendo de la iglesia de la Ermita va a empatar con la del Cacho (calle 5ª.). Es una bella calle luminosa; dijérase que por ella sale el sol. La inicia, en una cuesta, adrede, empedrada a la antigua, al pie de la colina de Belén, la iglesita que le da el nombre, la que alguna vez sirvió de catedral. De lado y lado, casas bien tenidas y alegres, como la de la señora viuda e hijos de don Jesús Cajiao, la de doña Carmen Segura, viuda del gran repentista doctor Miguel Valencia Cajiao, la que habita su hija doña Lía; la del afamado boticario, señor Tulio Solarte, quien vive allí con su señora e hijos; la de los herederos del doctor Eudoxio Constaín, ocupada por el doctor Marco Antonio Constaín y su hermana, la señorita doña Evangelina; la de la familia Guevara, luego, una de dos pisos, que es del general Antonino Sánchez y en cuyo frente hay esta lápida:

JOSÉ MARÍA QUIJANO.

NACIÓ EN ESTA CASA EL 21 DE MAYO DE 1778.

Continuando el recorrido, se da con las casas de don José María Sánchez, veterano liberal de mucho prestigio y hombre acomodado, de agradable trato, casado con doña Concepción Ibarra, con la de don Julio Manuel Ayerbe, la bondad, la caballerosidad, la laboriosidad hechas hombre, marido de doña Adelaida Chaux y padre de numerosa y muy lucida familia y con la de doña Natalia Díaz viuda de don Jorge Iragorri, quien vive allí con sus hijos don Jorge Alonso, exgobernador del Cauca, casado con doña Josefina Holguín Hurtado, don Mario, senador de la república, casado con doña Leonor Garcés valencia, don Benjamín, doctor en Derecho y Ciencias Políticas, viudo de doña Maruja Hormaza  don José María, cónyuge de doña Alicia Cajiao Sanclemente. La señora Diez de Iragorri, ornato de la sociedad de Popayán, muestra al visitante en su suntuosa casa tesoros de arte e historia que pertenecieron a don Manuel María Mosquera y recuerdos preciosos del grande Arzobispo Mosquera.

La “Guía Histórico-artística de Popayán” de Rafael Negret trae la siguiente lista de objetos que guarda doña Natalia:

Retrato en miniatura del Libertador, obsequiado por él a doña Matilde Pombo de Arboleda el año de 1828; retrato del general Páez que el mismo general regaló a don Manuel María Mosquera; sandalias de pontificar, manteo y disciplinas del ilustrísimo Arzobispo Mosquera y caja de nácar en que su señoría ilustrísima guardaba sus ornamentos; proceso original seguido en 1804 por el doctor Joaquín Mosquera y Figueroa a los primeros próceres de Caracas; busto en mármol del arzobispo Mosquera, obra de Canova, álbum de autógrafos de doña María Josefa Pombo de Mosquera con escritos del Duque de Rivas, José Zorrilla, etc.; dos consolas de ébano que fueron del palacio de las Tullerías, adquiridas en París, en pública subasta, por don Manuel María Mosquera; abanico de María Antonieta, adquirido como las consolas; servicio japonés, antiquísimo, servicio de porcelana de Sevres, con incrustaciones de oro, ambos de la mesa de don Manuel María.

Pero la lista está incompleta; no se mencionan en ella ni la riquísima biblioteca de don Manuel María, muy mermada ya, y regalada últimamente a la Universidad del Cauca, ni las perfectas copias de cuadros célebres, como el de San Sebastián, de Guido Reni, copia de Aeuti, “La Donna Veneziana” y “La Aurora”, copias de Tiziano y de Guido Reni por Gluiseppe Jani, “Sibila Cumana” y “La pureza castigando al Amor” de Guido Reni, copias de Cignani, “En el apartamento del Papa en el Vaticano” y “Piazza Navona”, originales de Jiovani, “El Ermitaño” (en cobre) de Rembrandt, “Tríptico”, copias de las pinturas del Colonia, por Guillaume, “El hijo pródigo”, de Juiccino, copia de Domingo Angelis, “La liberación de San Pedro”, original de L. Puyet, “La cocinera” y “El vendedor del gallo”, antiguos cuadros holandeses en cobre, y los cuadros también antiguos “La jugada trágica”, “Los desposorios de la Virgen” y “El Triunfo de la Religión”.

En la misma calle, al principio de la que desemboca en la plaza, encuéntrase la iglesia de la Encarnación o de las Monjas, rica en altares españoles recamados de oro.

Al llegar a la esquina de la torre del reloj, pasada la calle de la Catedral, hay que torcer todavía hacia la izquierda y llegar a la casa No. De la carrera 7ª. Para descubrirse ante un mármol que dice:

CAMILO TORRES,

NACIÓ EL 22 DE NOVIEMBRE DE 1766;

Volver al frente, leer esta inscripción grabada en mármol en la casa que fue antiguo palacio episcopal:

EN ESTA CASA ESTUVO ALOJADO EL PADRE DE LA PATRIA DEL 23 AL 30 DE OCTUBRE DE 1826.

Y bajar hasta la casa No. en la que hay una lápida con este nombre:

JULIÁN TRUJILLO.

Otra vez en la calle 5ª., pasando por el Hotel Europa de don Antonio Cárdenas Mosquera, su señora doña Eusebia Arboleda y sus hijos, las oficinas de la planta eléctrica municipal (en la casa que fue de don Rafael García Urbano, quien en 1873 construyó el viaducto llamado primero del Humilladero, hoy de Bolívar), encuéntrase la iglesia de San José, antiguamente de la Compañía.

Esa iglesia fue construida por los Padres jesuitas durante el obispado del ilustrísimo señor Rimala, por los años de 1640, y reconstruida luego por los mismos Padres, bajo la dirección del Padre Simón Schenherr, arquitecto alemán, que realizó una verdadera obra de arte de orden jónico. En el terremoto del 31 de enero de 1906 se cayó la torre del lado occidental, la que no ha sido rehecha.

Un pequeño jardín adorna la plazuela en la que la gratitud del pueblo colocó, para las fiestas centenarias, el busto de su benefactor, don Toribio Maya, varón de caridad perfecta. Mientras vivió no hubo leproso al que no cuidara, dolor que no procurara mitigar, pena a la que no llevara consuelo. El pueblo lo llora todavía y lo recuerda como bienhechor insuperable, como amigo de los pobres, de los huérfanos, de los enfermos, de los encarcelados.

A espaldas de la iglesia de San José queda el actual convento de los Padres Redentoristas que muy eficazmente sirven a la religiosidad y a la moral sociales. El convento es de construcción sencilla.

EL SEMINARIO

Lateral a la iglesia mencionada está el edificio del Seminario, también construido por los jesuitas y regentado ahora por los padres Lazaristas. Es un vasto local, que ocupa el resto de la manzana, de fachada arreglada por el padre lazarista, señor Pron. En todas sus épocas, el seminario ha sido verdadero semillero de grandeza de Popayán y de Colombia. Regido por hombres de Cristo y de ciencia desde el jesuita pastense Juan Lorenzo Lucero, “digno por su sabiduría y ciencia de gobernar una monarquía entera”, como dice el historiador Velasco en cita hecha por Rafael Negret, hasta los padres lazaristas Foing, Malezieux, Stapers, Manuel Antonio Arboleda, José María Guerrero y el actual rector, Padre Pedro Berit, allí bebieron en las fuentes de la virtud y de la ciencia, conforme reza la lápida conmemorativa del quincuagésimo año de la restauración del plantel por los padres lazaristas, desde Torres y Caldas y Zea hasta Carlos Albán, Guillermo Valencia y Rafael Maya. Los próceres de la independencia, todos los grandes hombres de Popayán allí sentaron matrícula para la Patria, para la Iglesia y para la gloria.

La mencionada lápida, colocada sobre el portón, reza así:

VIRTUTIS ET SCIENTIAAS QUI HAUSERE

DE FONTIBUS HIC

LABILIS OEVI UT GRATA CORDA

TRASCENDAT METAS

LAPIDEM HUNC

D.D.

IN ANNO QUINQUAGSSIMO HUIUS

AB ALUMNIS S. VINC. A PAULO

RESTAURATE SEMINARII

POAI. IV. NON. FEBRUARY MCMXXI.

La que traduce: “Los que aquí bebieron de las fuentes de la virtud y de la ciencia, para que los corazones agradecidos vayan más allá del tiempo fugaz, dedican esta lápida en el quincuagésimo año de la restauración de este seminario por los hijos de San Vicente de Paul. Popayán, febrero 2 de 1921”.

Al lado izquierdo de la puerta principal hay otra lápida para honrar la memoria del eminentísimo obispo doctor Carlos Bermúdez.

Léese en ella:

CAROLO BERMUDEZ

FECUNDAE URBIS PAESULI CLARISSIMO

QUI ARDENTE CHRISTI SUFFULTOS AMORE

UT ECCLESIAE ET CIVITATIS

JURA SERVARET ILLAESA

FURENTES TEMPORUM HAUD PATRIAE PROCELLAS

MON SEMEL SUBEGIT INTERRITUS

MONUMENTUM

HOC REPUBLICAEE FRAESIDIS

SENATORII ECCLESIASTICI AMPLISSIMIQUE

ORDINIS CIVIUM VOTIS

ET PLAUSU

D. D. D.

PRIMA AUSPICATA CENTENARIA

DIE PRIDIE NON. NOVEMBRIS MCMXXVI.

Versión: “A Carlos Bermúdez, esclarecido prelado de la ciudad fecunda, que abrazado en el amor de Cristo más de una vez afrontó con entereza de ánimo las furiosas tormentas de tiempos indignos de la patria; con los votos y aplausos del Presidente de la República, del Senado, de los altos poderes de la jerarquía eclesiástica y de los ciudadanos, se le dedica este monumento al conmemorar el fausto día de su primer centenario”.

Frente a la iglesia de San José y el Seminario quedan las casas de doña Elvira Navas de Chaux, quien vive allí con su hija doña Cecilia v. de Ricardo Arboleda, distinguido profesional de ingeniería muerto en plena juventud a principios de 1940; la de don Moisés Muñoz casado con doña Laura Nates; la de doña Mercedes Valencia viuda del General Fortunato Garcés y hermana de Guillermo Valencia. Reside actualmente en Cali. La parte baja de la casa la ocupa don José María Arboleda Llorente, casado con doña María Luisa Valencia. Los hijos de este patrimonio son: don José Enrique, don Hernán, don Julio, don Joaquín, don Diego, don Jorge, don Eduardo, don Reinaldo y la encantadora señorita Carmen Elisa.

La de la esquina la ocupa su dueño, don Ismael Sánchez, su señora y familia.

De allí se pasa a la anterior, a la del Cacho en cuyas casas viven.

BELÉN

Volviendo al oriente hay que trepar a Belén, la mejor de las colinas que en ese lado hacen cerco a la ciudad. Ya la cantó don Julio y ante las consagradas estrofas todo cronista debe callar:

Al oriente Belén, donde el devoto

pueblo va a celebrar el nacimiento

de Jesús, su Señor y cumple el voto

año por año, en santo arrobamiento;

en la blanca capilla, mudo, inmoto,

contempla aquel buen pueblo el gran portento

y en silencia solemne, recogido

adora al Salvador recién nacido.

Alumbra la capilla el sol naciente

dando en el monte verde y escarpado

do un camino en figura de serpiente

gira, y le va subiendo por un lado;

y a este camino agólpase la gente,

y de vivos colores matizado,

como una sierpe enorme se estremece

y en gayas ondas sus anillos mece.

El camino en figura de serpiente llamado por el pueblo “los quingos de Belén” fue arreglado por el capellán, presbítero doctor don Emiliano López Tello, canónigo de la catedral, profesor de Religión en varios colegios, eminente sacerdote, quien le formó escalera de anchos peldaños de piedra de cantera. A lado y lado del camino, adórnanlo árboles y arbustos cultivados esmeradamente por don Antonio García Paredes, benemérito de la instrucción pública, botánico, autor de innumerables monografías acerca de la flora y la fauna colombianas.

La blanca capilla de que habla don Julio fue echada a tierra por el terremoto del 25 de mayo de 1895. La actual, en forma de cruz griega, muy linda, fue construida a esfuerzos del capellán presbítero Avelino Pérez Z., con planos y bajo la dirección de (–). En ella se venera la milagrosa imagen del Santo Ecce-Homo, desde que la donó en 1714 doña Jerónima Velasco y Noguera, viuda de don José Morales de Fábrega.

Alta cruz tallada en piedra sobre elegante pedestal ornamenta la plazuela de Belén desde el año de 1789. En la cornisa del pedestal léense estas inscripciones grabadas a buril: al norte:

VNA AVE No. A LA M DE MISERICA.

P.Q. NO SEA TOTAL LA RUINA DE POPAYAN.

Al sur: VN P.N. a Sn. JOSEPH p. q. nos consiga buena muerte.

Al oriente: Una Ave Ma. A Sta. Bárbara p. q. nos defienda de rayos, Mefecit Michael Aquiloniam.

Al occidente: UN P.N. a Jesús para que nos libre del comején – año de 1789.

En 1785 hubo en Popayán un fuerte terremoto y el presbítero don Mariano del Campo Larrahondo había escrito su espeluznante carta según la cual el Puracé no era más que una espantosa bóveda, pronta a desplomarse, con lo que desaparecería la ciudad. Con sobrada razón el doctor Arcesio Aragón en su obra del nombre de esta atribuye a aquellas influencias la primera de las inscripciones de la cruz. También el comején, insecto que devora las maderas, ha causado siempre muchos estragos en los techos de las casas de Popayán.

LA CALLE DE BELÉN

Del lado derecho de la colina, bajando, comienza la calle nombrada también de Belén hasta la esquina del Carmen y que va cambiando su nombre por los barrios que va pasando: El Carmen, Santo Domingo, La Plaza, San Francisco, Pandiguando. Es la más ancha y bella de la ciudad. Una alegría rara la invade. ¿Es el recuesto constante de la bajada de la Virgen de Belén en diciembre, de las alborotadas misas de aguinaldo, con pólvora, villancicos y bambucos en Belén el 6 de enero? ¿Es el bullicio de los estudiantes de la universidad?

En la primera “cuadra”, a la derecha, después de la casa del nombrado don Antonio García Paredes, hállase situado el magnífico colegio de las Madres Josefinas donde se educa buena parte de las niñas de la ciudad. Excelente profesorado, métodos modernos, completa disciplina. Todos los adelantos de la enseñanza. Amplios patios de recreo. Piscina propia.

Frente al colegio, el asilo de Ancianos, meritísima obra del excelentísimo señor Crespo. Y va desarrollándose la calle. Habítanla gentes de pro, como don Francisco Torres, reputado pianista, y su familia, don Manuel José Olano, su señora doña Adelaida Angulo y su familia, la familia de don Adriano Montealegre, don Apolinar Delgado, su señora y familia, don Lisandro Caicedo y familia, don Julio Palta y familia, don Adolfo Zambrano, su señora, doña Alina Ayerbe y familia, el doctor Luis A. Velasco Villaquirán, su señora doña Mary Arboleda y sus hijos, la señorita Eva Salazar, muy estimada modista, la familia Gómez Bonilla, el doctor José Vicente Caicedo y sus señoritas hermanas, don Francisco José Valencia, hermano de don Guillermo Valencia, también ágil escritor y de agudo pensar, casado con doña Rosa Paz, don Guillermo Mosquera, señora y familia, los herederos de don Jesús Fajardo, don Lucio Arboleda y su señorita hermana doña Leonor, don Aníbal Montealegre con su familia, la familia Correa Rivera, doña Mercedes Arboleda viuda de don Rafael Varona, don Julio Hoyos y su señora doña Elisa Arboleda, don Luis Caicedo Arroyo, su señora doña Emilia Arboleda y sus hijos, don Leonel López y su familia, don José María Delgado, el doctor Carlos Aurelio Cajiao Wallis, su señora, doña Inés Lenis y sus hermanas doña María Luisa y doña Rosita.

En la casa frontera a la iglesia de El Carmen, habitada por don Alfonso Ramos y posterior a las en que viven don Federico Mosquera Restrepo, administrador de hacienda nacional, su señora y sus hijos, y doña Sofía Castro viuda de Ibarra, hay esta lápida:

MIGUEL DE POMBO

NACIÓ EN ESTA CASA

EL 16 DE DICIEMBRE DE 1779

La primera casa de alto que se encuentra es la de don Miguel Arroyo Hurtado, padre que fue de don Miguel, don Santiago, don José Antonio y doña Beatriz, gobernador del Cauca grande, casado con doña Margarita Díez Colunge, matrona de la más encumbrada jerarquía espiritual, por su virtud y saber. En esa casa viven la señorita doña Beatriz y don José Antonio Arroyo, casado con doña Sofía Arboleda, matrimonio que tiene los siguientes hijos: don Miguel Antonio, don Gregorio, don Enrique, doña Sofía Dolores viuda de don Manuel Antonio Arboleda, intelectual trágicamente muerto en plena juventud, don Camilo, don José María, don Ricardo y doña Blanca Margarita.

La iglesia de El Carmen es rica en altares coloniales, los mejores que hay en la ciudad, de estilo plateresco, coronados por águilas bicéfalas, de finísimo dorado reluciente. Contiguo a ella hállase el edificio de El Carmen, que fue monasterio, en la Colonia, de las Monjas Carmelitas, por donación del Marqués de San Miguel y de su mujer. Despojada de él la iglesia durante la república sirvió a la instrucción pública hasta que el Gobernador doctor Enrique Chaux lo destinó a cuartel de Policía.

Allí mantuvieron excelente escuela primaria los Hermanos Maristas mientras no los apartó de la enseñanza oficial el gobernador don Carlos M. Simmonds.

En la esquina frontera al edificio de El Carmen se alza la suntuosa casa que fue de doña Carmen Pino viuda de Pardo, otra de las matronas que dieron timbre a Popayán. Esa casa es hoy de la Universidad del Cauca y en su frontis se encuentra este mármol:

“EN esta casa estuvo alojado el padre de la patria, de 26 de enero a 8 de marzo de 1822”.

La calle que sigue, al frente del costado norte de Santo Domingo, consitúyenla cuatro casas de alto habitadas por don Rafael Vivas, su señora Mercedes Dueñas y familia, por don Carlos M. Simmonds, su señora doña Mercedes Pardo y su familia y por don José María Penagos, su señora Carmen Casas y sus hijos.

Distínguese en esa calle por la notable arquitectura, la casa que fue hasta hace poco de doña Asunción Campo de Velasco, fallecida. Hoy pertenece al doctor Reinaldo Cajiao Wallis, entendido ingeniero que ejecutó las obras del acueducto y alcantarillado de Pasto, casado con doña Inés Lobo Guerrero. Esa casa fue la de huéspedes comisionados por el congreso nacional y por otras entidades para asistir a las fiestas del centenario.

Después de las fiestas del centenario se trasladó a esta casa el Club Popayán.

El templo de Santo Domingo es notable por su portada de estilo rococo de piedra de cantera, por el altar mayor, de orden corintio, trabajo del arquitecto Marcelino Arroyo, pintado por el maestro José Antonio Rojas; por la primorosa imagen de la Virgen de los Dolores, a más de varias otras muy bien esculpidas; por la custodia de esmeraldas, por otras valiosísimas joyas, por la roja tapicería de damasco que cubre las paredes del presbiterio y las columnas en las grandes fiestas, “avaluada en cincuenta mil pesos”; por el púlpito, diseñado por Caldas.

LA UNIVERSIDAD DEL CAUCA

El edificio de la Universidad del Cauca, lateral a Santo Domingo y que ocupa toda la manzana, fue construido, en su parte principal por los dominicos que allí tuvieron convento hasta que Bolívar lo destinó a la instrucción pública. El patio principal es de amplitud y belleza extraordinarias. Dos añosos pinos lo caracterizaban. La inverosímil leyenda los decía sembrados por Caldas. La parte en que hoy funcionan las facultades de derecho e ingeniería fue construida bajo la dirección arquitectónica del doctor Augusto Aragón, quien prestó grandes servicios al plantel como profesor de matemáticas y la parte oriental fue edificada por el ingeniero Dussans Canals bajo el rectorado de don José María Arboleda Llorente.

Las nuevas aulas del patio principal se hicieron durante la rectoría del doctor Antonio José Lemos Guzmán.

El doctor Aragón proyectó y ejecutó el Paraninfo, que fue terminado siendo rector el presbítero doctor Belarmino Mercado D. Es salón amplio y hermoso de techo abovedado. Las tribunas dan a los corredores altos del plantel y las sostenían toscas cariátides que el rector Lemos Guzmán, quien introdujo grandes mejoras al edificio, hizo quitar.

La universidad es la vida de Popayán; es la antorcha siempre encendida del espíritu. Cumple su lema:

Posteris lumen morituros edat.

El que ha de morir pase la luz a los que vienen

Ese lema lo ideó Guillermo Valencia y lo puso en sonoro verso latino con Eladio de Valdenebro, ilustre profesor que fue del instituto, en filosofía, que dominaba como el que mejor y la sabía enseñar.

Es hoy rector de la Universidad don Baldomero Sanín Cano, afamado humanista, políglota, escritor, sociólogo. Frisa en los ochenta años y el prestigio de su nombre lo ha puesto al servicio del glorioso plantel, de que es competentísimo vicerrector el doctor Albert Hartmann, nacido en Munich. Pertenece el doctor Hartmann al escalafón oficial del ministerio de educación de Alemania. Vino a Colombia, en misión oficial, durante la administración del general Pedro Nel Ospina; fue siete años vicerrector del Colegio de Santa Librada en Cali, cuando el doctor Mario Carvajal vivificaba ese instituto con su saber, su competencia y su renombre de literato y de poeta. El doctor Lemos Guzmán tuvo el acierto de llevar al doctor Hartmann al vicerrectorado de la Universidad. Es especialista en pedagogía, en física y en química. Regenta estas dos cátedras; conoce seis idiomas y es muy versado en diversas materias: cuando falta algún profesor de historia o de matemáticas lo reemplaza sin dificultad alguna. Se ufana de ser católico.

Solo queda por recorrer la calle tercera, la que desemboca en la plaza de Caldas.

En la esquina, ante la elegante y discreta plazuela de Santo Domingo, en la que salta el agua de la pila que antiguamente era el único adorno de la plaza principal, está el costado occidental del Hotel Lindbergh, refaccionado en estilo moderno que disuena con el colonial de la ciudad, en la que casi todas las casas tienen aleros que defienden al transeúnte de las grandes lluvias, defensa de que están privados los andenes del hotel. La librería de don Tomás Maya queda situada en uno de los almacenes de la planta baja de ese edificio.

En los días de las fiestas del centenario la oficina de correos funcionaba en las piezas exteriores y bajas de la casa de los herederos de don Antonio Paredes, hombre bueno, si los hubo, de gran rectitud y dotado de admirable don de consejo. En la parte alta de esa casa viven doña María Pardo de Paredes y sus hijos. Al frente, en local de la casa de doña María Delgado viuda de Muñoz, quien vive en la parte alta de esa casa con su hermana, doña Rafaela Delgado viuda de don Carlos Vernaza, tenía sus oficinas la telegrafía. Junto a ésta se encuentra la casa en que reside el doctor Arcesio Aragón con su señora doña Juana Pardo y sus hijos y la de la esquina la habita don Hernando Iragorri con su señora doña Jesusita Velasco y sus hijos.

LA CALLE DE LA PAMBA

La calle tercera, llamada La Pamba hasta la esquina de la casa que fue de Caldas, hay que recorrerla como si fuera un templo colmado de altares. Tiene la semioscuridad y la gravedad de un templo: el cerro de las Tres Cruces, así nombrado por las que desde la colonia fueron puestas allí para significar la religiosidad payanesa, construidas de cemento hace pocos años por el grande hombre de progreso y de negocios don Ignacio Muñoz C., suegro que fue de Guillermo Valencia, le sirve de fondo, le da su gravedad y es como el ara mayor. Ahora está embellecida por el palacio nacional.

Este palacio es verdadera joya arquitectónica, regalo del gobierno nacional a la ciudad. En el antiguo huerto del convento de El Carmen está situado. Esquinea la artística fachada, de puro estilo del renacimiento español, graciosa plazoleta, empedrada con piedra de cantera. El interior está suntuosamente decorado. Tiene el edificio todas las comodidades modernas para los fines a que se dedica: oficinas nacionales. Merecen parabienes efusivos quien proyectó la fábrica: el arquitecto payanés don Hernando González Varona; quien dirigió la construcción, el ingeniero boyacense don Carlos Torres González; el asesor de la parte estructural, doctor Emilio Páez, bogotano, el maestro de obra, señor Juan C. Lara y dodos los obreros que allí trabajaron. En abril de 1938 se comenzó la edificación.

Frente al Palacio Nacional se encuentra la primera lápida de la serie de esa calle; no es en honor de un payanés sino de un ingeniero antioqueño que sirvió mucho a la ciudad, le abrió caminos, trabajó sin tregua por el progreso de ella y de todo el Cauca y fundo su hogar en Popayán:

A JULIAN URIBE URIBE

CAMPEON DEL PROGRESO PATRIO

EL CAUCA AGRADECIDO.

En seguida de la casa que enseña esta lápida están la muy bella, de un solo piso, de estilo netamente español, de don Jorge Enrique Caicedo Ayerbe, casado con doña Emma Ayerbe, y la alta y elegante del doctor Francisco Angulo C., casado con doña Ernestina Lourido. El doctor Angulo Cajiao fue rector de la Universidad, senador de la República y es uno de los más eminentes caballeros de la ciudad.

Diagonal a la casa del doctor Angulo queda la que es hoy propiedad de don Hermann Lehmann, histórica por el sonado crimen que allí se cometió en tiempos coloniales.

Linda con esta, en la calle 3ª., la de doña Soledad Muñoz viuda de don Eduardo Castrillón Mosquera, señora de excepcionales condiciones por su laboriosidad y dotes artísticas.

Sigue la del doctor Luis Carlos Iragorri, casado con la señora doña Rosa Zamorano. El doctor Iragorri es la actividad y eficacia mismas. Enamorado de la ciudad, la sirve con todas sus veras. ¿Qué obra de progreso que haya en ella, el acueducto, el alcantarillado, la pavimentación, el panteón de los próceres no tiene su sello? ¿Quién se preocupa más que él por las obras públicas, por las finanzas municipales, por el ornato de la ciudad, porque ésta marche bien y mejor? Prototipo del payanés, combativo y combatido, siempre contento, siempre listo a servir, la historia payanesa recogerá su nombre como el de uno de los mejores hijos de la ciudad.

La casa de la esquina es de propiedad de la señora Baudilia de Alvarado. Baudilia conserva la tradición de las ñapangas hacendosas, honradas, serviciales. Como su madre, como su abuela, su oficio es el de hacer helados y salpicón de nieve. El negocio le ha dado buen pasar. Tiene su heladería, la más reputada, la más concurrida de la ciudad, montada al sabroso estilo antiguo, en la planta baja de la caja de doña María Delgado de Muñoz, frente al costado norte del Palacio Municipal.

Doña Ana María Peña, respetabilísima matrona, viuda del doctor José María Iragorri Isaacs, muy competente abogado que fue padre del doctor Luis Carlos Iragorri, vive en la casa frontera a la de don Hermann Lehmann.

La siguiente es la de doña Isabel Wallis, viuda de don Tomás C. de Mosquera, nieto del gran general. La señora Wallis de Mosquera es la figura más atrayente de la ancianidad femenina de Popayán. Vive con sus hijos, doña Mary, viuda de don Jorge Vernaza, doña Blanca, viuda de don Francisco Delgado, don Aníbal y don Herman, solteros. Es madre del doctor Manuel María Mosquera Wallis, doctor honoris causa de la Universidad del Cauca por su brillante actuación como ingeniero en la construcción del ferrocarril del Pacífico. En el frente de la casa siguiente está puesta esta lápida:

“F. A. DE ULLOA”.

NACIÓ EN ESTA CASA EL 14 DE DICIEMBRE DE 1783

La casa en que nació el compañero de Caldas en el martirio es hoy del doctor Manuel Caicedo Arroyo, secretario de Gobierno del departamento, antiguo magistrado del Tribunal Superior, hombre recto, justiciero, noble amigo. De sus hijos figura ya y sobresale el doctor Álvaro, abogado que trabaja en Cali.

La casa de la esquina muestra un mármol que dice:

“CALDAS
NACIÓ EN ESTA CASA EN 1768”

Allí vivió el gran sabio, mártir de la Patria. Aún se conservan las piedras de su observatorio astronómico. Su memoria tachona el cielo de Colombia. Nietas de Camilo Torres, consanguíneas también de Caldas, señoritas doña Josefina, doña Emma y doña Natalia Arboleda Quijano, la habitan. Bien conservada está la tradición de la casa.

Bocacalle en medio, la que ostenta esta lápida:

“GENERAL T. C. DE MOSQUERA”.

Reside en ella doña Josefina Caicedo v. de don José Bolívar Mosquera, hijo del gran general. Es notable como ingeniero el señor Mario Tomás Mosquera, hijo de este matrimonio. El visitante contempla en vitrinas en los salones de esa casa que evoca la grandeza de su antiguo dueño, “condecoraciones concedidas al General Mosquera: de los Libertadores del Sur, de los defensores de Barbacoas, Cruz de Cuaspud, Cruz de Tescua, de los Libertadores de Ayacucho; carta autógrafa del Papa Gregorio XVI al General Mosquera sobre las leyes de tuición; guedeja de cabellos de Napoleón I con carta remisoria suscrita por la Princesa Carlota Bonaparte, dirigida al General; rizo de cabellos del Libertador; carta autógrafa de la Emperatriz Eugenia al General; Historia de Julio César, escrita por Napoleón III con dedicatoria autógrafa de éste al mismo General; busto del General Mosquera en mármol de Carrara, obra de Tenerani; dos consolas de ébano con incrustaciones de nácar y oro, que fueron del palacio de las Tullerías; catre de viaje del Libertador, obsequiado por él al General Mosquera después de la campaña del Perú” (R. Negret)

Además, vajillas de plata, de porcelana de Sévres, la montura con bordados de oro y plata que usó el General.

Inmediata está la casa cuyo frente ostenta este mármol:

QVOD FAUSTVM CEDAT

EGREGIIS GEMINISQUE VIRIS

PATRIAE CHRISTIANO DECORI COLOMBIAE

HEIC SIMVL NATIS

EMMANVELI JOSPHO A MOSQVERA

SANCTAR FIDEI BOGOTAE ARCHIEPISCOPO

OB INDEFESSAM RELIGIONIS PROPVGNATIONEN

IN EXILIVM A CHRITIPHOBIS

DETRUSO IBIQUE EXTINCTO

ATQVE AMMNVELI MARIAE A MSQVERA

ACCEPTISSIMO APVD EXTEROS LEGATO

VTRISQVE MITRAM TOGAM QVE RELINQVENTIBUS

SVB JSV LÁBARO

SOECVIJO AB IISDEM NATIS PREACTO

MVNICIPIVM POPAJANENSE

DIE III ID. AP. AN. DOMINI MDCCCC

D.D.D.

Traducción: Bajo felices auspicios: a los egregios y gemelos varones, cristianos, gala de la patria colombiana, aquí a un tiempo nacidos: Manuel José de Mosquera, Arzobispo de Santa Fe de Bogotá; por su incansable defensa de la Religión lanzado al destierro por los anticristianos y allí extinguido; y Manuel María de Mosquera, embajador aceptísimo en el extranjero, quienes mitra y toga despusieron bajo el lábaro de Jesús; cumplido el siglo del nacimiento de ellos el Municipio payanense en el día tercero idus de abril de año del señor 1900 está lápida les ofrece y dedica.

Puso en latín el texto don Eladio de Valdenebro. La lápida fue colocada en solemne sesión del concejo, verificada frente a la casa de los Mosqueras y en ella llevó la palabra, a nombre del senado de la república, de que era entonces miembro, don Simón Rojas.

Luego está la casa de don Ismael Velasco y su señora doña Blanca Velasco. Junto a esta casa, con entrada por la carrera 6ª., está la del doctor Guillermo Valencia, en la que vive, en la parte alta, con sus hijos doctor Álvaro Pío, doña Josefina y doña Luz. Para las fiestas del centenario vinieron a ella, de Bogotá, donde residen y a donde acaban de llegar de Roma, doña Guiomar, hija de Valencia y el marido de aquella, don Guillermo Nannetti Concha.

En la parte baja de la casa reside don Guillermo León Valencia, con su señora doña Susana López y sus hijos. El hijo mayor del Maestro va apenas por los treinta y dos años; es senador de la república y como orador se está emparejando con su glorioso padre.

Esta calle hay que caminarla despacio y con sumo respeto. Frente a la casa del general Mosquera está la que fue de don Julio Arboleda. Un mármol dice:

JULIO ARBOLEDA

1817 – 1872

La casa es hoy de don Samuel González, quien la ocupa con su señora (xx) Varona y su familia.

Continúa la de las señoritas Jesusita y María Teresa Caicedo Arroyo, casa que fuer parte de la de don Julio.

Inmediata está la casa de don Serbio Arboleda. Es de la señorita Inés Arboleda Llorente, nieta de don Sergio. En ella vive.

La siguiente también fue de don Sergio. Después, de don Ignacio Muñoz. Ahora, de don Antonio Zambrano, quien la ocupa con su señora, doña Lía Vejarano y sus hijos. En ella hay estas memorias en mármol: A SERGIO ARBOLEDA EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NATALICIO EL CONCEJO DE POPAYÁN OCTUBRE 11 DE 1902

“EN ESTA CASA ESTUVO ALOJADO EL PADRE DE LA PATRIA DEL 23 DE ENERO AL 12 DE FEBRERO DE 1829”

DON JOSÉ MARÍA LENIS, GOBERNADOR DEL CAUCA

La casa de la esquina es del señor mariano Salazar, quien vive en ella con su familia, y antes de seguir adelante por la calle 3.ª conviene torcer por la carrera 6.a en dirección a la plaza de Caldas, para ubicar, en la misma manzana de la casa del señor Salazar, la de doña Julia Otero v. de Lenis, ejemplar matrona, madre de don José María Lenis, gobernador del departamento. La señora Otero v. de Lenis la habita con este y con sus hijas, la señora Julia Lenis v. de Miguel Ángel Otero, inteligente literato, prematuramente muerto, y las señoritas Manuela, Elvira, Micaela y María.

El cronista se complace en recoger la opinión pública y anotar con ella que don José María Lenis, como gobernador y gran caballero, dio vado al esplendor de las fiestas que van a relatarse por su ecuanimidad señorial, por la comprensión perfecta de la responsabilidad que le atañía en tan solemne hora de su mando, por su actividad insomne en los preparativos, por la diligencia y cuidado que puso en todos los detalles, porque no se acordó de que sus gobernados estaban divididos en bandos políticos y solo supo que eran hijos de una misma patria empeñados todos en honrarla y porque, como miembro del concejo de Popayán, logro el acierto sumo al proponer para presidente de la corporación, a fin de que llevara la personería de la ciudad durante las fiestas, a Guillermo Valencia, miembro de la minoría conservadora del cabildo, con lo que al ser aceptado por todos los ediles quedó asegurado el buen éxito de los festejos.

Hace esquina, como ya se anotó al recorrer la calle 4.a, la casa de doña María Delgado v. de Muñoz y esta, contada también la del frente del doctor Marco Aurelio Zambrano y de doña Eufemia Zambrano. Continúa hacia el norte, la habitación de don Enrique París, su señora, doña Marta García y la bella hija de ambos doña Ana Lucía.

Luego la mansión de don Vicente J. Arboleda y su señora doña María Luisa Concha. En seguida, haciendo esquina con la calle 3.a, la casa del hombre de negocios y eminente ciudadano don Arquímedes de Angulo, casado con doña Elvira Arboleda. Numerosos hijos tiene este feliz matrimonio, tos de gran provecho.

Al frente, haciendo también esquina con la calle 3.a y teniendo la entrada por la carrera 6.a, está el colegio Champagnat, de los Hermanos Maristas. Los más distinguidos niños de la ciudad se educan hasta recibir grado de bachillerato en ese excelente colegio privado, muy bien dirigido.

Siguiendo la calle 3.a está la casa del doctor Rafael Obando Rebolledo, distinguido abogado, casado con doña Leonor Velasco, de quien tiene numerosos hijos, aún menores.

Colinda con la casa del doctor Obando y hace esquina, la de don Hipólito Castrillón Mosquera. En el frontis hay esta lápida:

JOAQUÍN MOSQUERA.

Vive allí don Hipólito con su señora doña Marta Arboleda Llorente y su primorosa familia. El hijo mayor, Mario Enrique, es doctor en derecho y ciencias políticas, muy inteligente y de brillante porvenir por sus eximias condiciones personales.

Al frente está el Teatro Municipal, construido por el doctor José María Obando Rebolledo. Su capacidad alcanza para 1500 personas; es muy proporcionado; la platea, tiene tamaño semejante a la del Teatro de Colón en Bogotá. Discreta y elegantemente ornamentado, sus condiciones acústicas son magníficas.

EL PANTEÓN DE LOS PRÓCERES

Entre el teatro y al costado norte del palacio de la gobernación erígese el panteón de los próceres, que fue inaugurado, como se contará en las solemnidades del IV centenario. La administración de don Carlos Vernaza construyó ese edificio, con destino a la Asamblea Departamental, bajo la dirección del ingeniero don Benjamín Dusán Canals. Fue concluido por el ingeniero y abogado doctor José Vicente Caicedo. Las administraciones posteriores encontráronlo inadecuado para ese objeto y lo ocuparon en otros menesteres.

La idea del panteón de los próceres fue del doctor Antonio José Lemos Guzmán, rector de la Universidad del Cauca, quien principió a construirlo en la misma Universidad. La de que ese panteón se levantara donde hoy está fue del doctor Luis Carlos Iragorri, idea enunciada por su dueño en el número 93 de “Claridad”.

La Asamblea Departamental acogió la iniciativa y autorizó a la gobernación para permitir con la Universidad unas acciones en la Granja Agrícola de La Florida por el edificio de que se trata y el mismo doctor Iragorri, como miembro del consejo directivo de la Universidad, presentó a este la proposición que autorizaba al rector para firmar la escritura de permuta, que es la número 482 de 29 de julio de 1940.

El Panteón es de orden corintio. El artista Efraín Martínez, con Hipólito Castrillón M. y con Pablo Gutiérrez Nieto dirigieron su decoración y arreglo. Lo pintaron los señores Luis y Rafael Nates. Un bello frontón sostenido por estriadas columnas ostenta en caracteres de oro esta inscripción:

POPAYÁN A SUS HIJOS GLORIOSOS.

El visitante lee en el vestíbulo los nombres de las grandes batallas caucanas de la independencia: Alto Palacé, Bajo Palacé, La Ladera, Calibío y, sobre la puerta, estas otras lápidas; SUBE POR LA GRADA LATERAL A ENCONTRAR EL BARANDAJE DESDE DONDE, COMO LA TUMBA DE Napoleón en el de los Inválidos de París, se contempla el Panteón. En el alto muro del fondo un bello Cristo, esculpido quizás por el Montañez y que era de la Iglesia de El Carmelo, preside. Al pie del Redentor, en elegante pedestal, el busto en mármol de Bolívar, por Tenerani, le da la majestad de la grandeza humana. El buso fue de propiedad del general Mosquera. A los lados están doce pedestales construidos por Ismael Valverde y Rodolfo Arévalo, en los que el 27 de diciembre se colocarán las urnas de mármol que guardan las cenizas de hombres gloriosos de Popayán, urnas que quedarán colocadas en este orden: a la derecha del busto de Bolívar, las de Torres, Joaquín Mosquera, José María Obando, Tomás Cipriano de Mosquera, José Hilario López e ilustrísimo señor Obispo Pedro Antonio Torres. A la izquierda, las de Caldas, Julio Arboleda, Froilán Largacha, Julián Trujillo, Ezequiel Hurtado y Euclides de Angulo.

Los nombres de los siguientes próceres grabados en mármol en los muros hacen guardia a los gloriosos despojos:

En el centro del embaldosado suelo arde perennemente una llama azul.

En las esquinas alumbran artísticos candelabros. Suave color azul, todo solemne, todo grandioso. El silencio entona el canto de la gloria. Escúchanse allí los ecos de la eternidad.

EL PUENTE DE BOLÍVAR.

Quedamente y sobrecogido de emoción torna el visitante a la calle y pasando frente a las casas de alto de la Federación de Cafeteros y de don Nicolás Olano Borrero, quien vive en la de la esquina con su hija doña susana, ve en la casa diagonal al Teatro Municipal habitada por don Camilo Arboleda, su señora doña María Duque y familia, esta lápida:

SILVESTRE ORTIZ,

Llega al comienzo del declive al norte de la plana meseta en que desde la calle 7.a está la ciudad y sale a la Estación del Ferrocarril por la avenida de Las Palmas en la que de paso admira el busto del general José María Córdoba, regalado a la ciudad por el general Pedro Nel Ospina.

Antecede a la estación ancha plaza en cuyo centro levántase la estatua del general Francisco de Paula Santander, en donde, cuando se inauguró el ferrocarril, en junio de 1926, fue colocado el busto del presidente general Ospina, busto que algún alcalde sin conciencia histórica mandó quitar. La estatua de Santander fue erigida en mayo último con elocuente discurso de Guillermo Valencia. A la plaza desembocan las carreras 8.a y 9.a, la avenida de Las Palmas (carrera 7.a) el puente de Bolívar, la avenida Vásquez Cobo. Los puentes sobre el río Molino, a excepción del de Bolívar, fueron construidos por la empresa del ferrocarril del Pacífico, para la inauguración de este y bajo la gerencia del señor general Alfredo Vásquez Cobo.

El puente de Bolívar, de cal y canto, construido en 1873 siendo jefe municipal el progresista payanés don Rafael García Urbano, es una de las obras, como la torre del reloj, sin las que no concibe ya el popayanejo a Popayán.

Ese puente, la torre, las iglesias, el río Cauca y el Puracé son la ciudad. Llamose antes y aún lo llama el pueblo “del Humilladero” porque tal era el repecho que había que subir antes de hacerlo para arribar a la ciudad, en el que hombres y bestias solían doblar la rodilla. Es exponente del concepto acerca de la propiedad privada existente en los tiempos en que se fabricó. La expropiación por causa de utilidad pública no era entonces permitida y respetando chozas que nada valían siguió el trazo del torcido camino. Tiene ciento ochenta metros de largo y doce arcos, el primero de los cuales en la orilla de la ciudad es casi plano. Lo dirigió el franciscano Fray Serafín Barbetti, quien como el público temiera que el primer arco se iría a tierra al quitarle la cercha, el día que esto se hizo, colocó una mesa y se sirvió el almuerzo debajo de él mientras un pesado carro de bueyes pasaba el viaducto.

Al lado oriental del puente de Bolívar y casi junto a este, el puente chiquito o del Santísimo recuerda la acendrada devoción de don jacinto de Mosquera y Figueroa, quien como alguna vez viera al sacerdote que conducía el Santo viático montado en una mula para pasar el río, que había crecido, hizo el puente a sus expensas.

Del puente de Bolívar hacia arriba se extiende el barrio de Bolívar. Comienza con el Hospital de Caridad, existente desde ( ) y que actualmente sirven las irreemplazables Hermanas de la Caridad, hijas de San Vicente de Paúl. El barrio es de una sola calle muy prolongada. A lado y lado, casitas pobres, algunas aún de paja, pero todas alegres, aseadas, habitadas por honrados obreros y artesanos. El cronista recuerda estos nombres: Julio Ramos, Marcos Torres, Mario Hernández, José María Vidal, José María Carvajal, Jorge y Humberto Campos.

EL morro de Belalcázar.

Al lado oriental del puente y en parte del sitio llamado antes El Caracol está el incipiente parque de Mosquera, en donde se alza la estatua del gran General, inaugurada, con el parque, durante las fiestas que se van a relatar. El parque es de elegante trazo y la estatua, copia de la que existe en uno de los patios del Capitolio de Bogotá.

Antes de trepar al morro en que se yergue la estatua ecuestre de Belalcázar, va el turista a la piscina municipal, el más pintoresco y ameno rincón que darse pueda. Fue construida en 1937 por iniciativa del doctor Abelardo González y bajo la dirección del ingeniero don Ernesto Alcázar. Agua del acueducto, cuyos estanques le quedan encima, en la loma inmediata, la surte. Tiene atrayente color esmeralda. Sus dimensiones son veinticinco metros de largo por doce de ancho y de fondo metro y medio hasta tres metros sesenta centímetros. Al pie, dentro de caprichoso estanque para aves acuáticas, fue colocada para el centenario y con carácter permanente una linda fuente luminosa. Para niños hay allí mismo otra pequeña piscina de siete metros de largo por cuatro de ancho y de cuarenta a ochenta centímetros de profundidad. Claro que hay casino y pérgolas.

Sitio rodeado de coquetas colinas, asombrado de árboles, tapizado de flores, es la bella naturaleza embellecida por el hombre.

La esconde el Morro de Tulcán, ahora de Belalcázar. Costosa carretera sube al peatón y al automovilista casi hasta la cúspide. Este morro lo hizo Dios para que el hombre viera desde él el valle de Pubén que se tiende, tibio, hacia el sur, hacia el poniente, hacia el norte. Divísanse, casi tócanse la pequeña ciudad con sus pardos techos, su alta cúpula y sus torres, las multicolores llanadas, cubiertas de ganados, la carretera cruzada por jinetes y automóviles, los huertos y las alquerías, ,los sonoros guaduales, los robledales entre los que canta el tumultuoso Cauca, las quintas veraniegas, la cordillera occidental, todo lo que hace exclamar con el poeta a quien el more sube:

“Es un valle feliz…”

También fue hecha esa colina para pedestal de una estatua de Belalcázar, pero una estatua de tamaño heroico. Es perfecta la que esculpió Vitorio Macho, pero no la esculpió para colocarla allí, sino en plaza cerrada, con fondo de edificios coloniales. El mismo autor de la admirable escultura se opuso, como lo hizo Guillermo Valencia, a que esa estatua se colocara en el morro; de la ciudad, de la carretera se la ve como un caballito de latón.

Pero allí está la efigie en bronce del audaz y vidente conquistador. Allí van a principiar las fiestas conmemorativas de la fundación de Popayán.

(52 – 55)

sastres, albañiles, hojalateros, etc., los artesanos y obreros que el cronista nombra al azar: Antonio González, Tulio López, Procopio Cobo, Julio López, Tancredo Gómez, Jorge A. Díaz, Rafael Collazos, Víctor Basto, Jesús Mosquera, Moisés Collazos, Miguel Durán, Marcos Caicedo, Pedro Larrañaga, Luis Mosquero, Gonzalo Caicedo, Vicente Holguín, Hernando Hurtado, Santiago Trujillo, Alejandro González, Jesús María Sánchez, Luis Rodríguez, Eduardo Burbano, Aurelio Sánchez, Rafael Mosquera,  Nepomuceno Collazos, Rodolfo Varela, Clemente Velasco, Abel Bastidas, José Rivera, Juan León, José Rada, Mariano Esteban Mosquera, Daniel Ruiz, Jesús María Rivera, Eduardo Hurtado Víctor Pazmiño, Ramón Salcedo, Miguel Lindo, Ismael Bravo, José Luis Ávila, Amador Lorena, Pedro Arias, Miguel. A. López, Cruz Burbano, Juan Collazos, Jesús María López, Carlos Albán, Guillermo Muñoz. Para ellos el parabién del cronista que les ruega extenderlo a todos sus compañeros. Prueba del amor al arte del pueblo de Popayán es el Orfeón obrero que se mencionó y que dirige el señor Leonardo Pazos, reunión de ciento veinte obreros de ambos sexos que noche a noche estudian con entusiasmo música, después de la fatiga diaria y ha logrado ya ser centro de expertos ejecutantes y gala de la ciudad.

No hubo en los días de las fiestas un solo caso de policía, lo que es admirable y habla muy alto de la cultura del pueblo payanés. Como providencial se anota que tampoco se registró en esas fechas defunción alguna y no hubo ni un enfermo grave. El doctor Carlos Villamil, médico, escritor, poeta, distinguido ciudadano de avanzada edad, lo estaba, pero no en Popayán, sino en Santander (Quilichao).

LA JUNTA DEL IV CENTENARIO.

La junta encargada de hacer el programa de los festejos y de organizarlos, llamada junta del IV centenario de Popayán, fue integrada por el gobernador del Departamento, por el presidente del Concejo, por el administrador apostólico de la Arquidiócesis, por el alcalde de la ciudad, don Teófilo J. Martínez, por el secretario de hacienda, doctor Daniel Solarte, por el secretario de agricultura, don Manuel Varona O., por dos miembros más del concejo, los señores doctor Jaime Bonilla Plata y don Alberto Garcés Navas, por el rector de la Universidad, por el comandante de la Tercera Brigada, coronel Eduardo Bonitto, por el presidente de la junta administradora del empréstito municipal, don Arturo García Salazar y por don Hipólito Castrillón M. como tesorero. Secretario lo fue el señor Carlos Vergara Cerón.

Tal junta aprobó el siguiente levantado, severo programa, en que alienta el espíritu y toma vida la apoteosis digna de los Fundadores, de la República y de la ciudad a quienes fue dedicada. Dice así:

POPAYÁN

PROGRAMA

Para los festejos del cuarto centenario de su fundación

26 – 27 – 28 – 29

Diciembre de 1940

DIA PRIMERO

(Dedicado a los fundadores)

A las 9 a. m.

Inauguración de la estatua del fundador don Sebastián de Belalcázar. La oración estará a cargo de señor doctor Rafael maya. A las 11 a. m.

Inauguración del aeródromo y conducción de los restos mortales de los Generales José Hilario López, Julio Arboleda, Julián Trujillo y Euclides de Angulo; del Ilustrísimo señor Obispo Pedro Antonio Torres y del doctor Froilán Largacha desde el campo de aviación al Paraninfo de la Universidad.

A las 2 p. m.

Visita a los templos de la ciudad.

A las 4 p. m.

Visita a la Exposición, monumentos y edificios públicos.

A las 9 p. m.

Banquete en el Palacio Municipal, en el cual hablará el Excelentísimo señor Presidente de la República; será ofrecido por el señor Alcalde de la ciudad.

DÍA SEGUNDO

(Dedicado a la República)

A las 8 ½ a. m.

Función religiosa con oración panegírica a cargo del Presbítero doctor J. Laureano Mosquera y Te Deum en la Catedral Metropolitana.

A las 10 ½ a. m.

Desfile cívico para la traslación de las urnas cinerarias de los Próceres y Presidentes de la República, desde el Paraninfo de la Universidad hasta el Panteón de los Próceres, donde hablará el Maestro Guillermo Valencia.

A las 3 p. m.

Inauguración de la estatua del Gran General Tomás Cipriano de Mosquera.

Llevarán la palabra en nombre del Gobierno Nacional el señor Presidente de la Cámara de Representantes, doctor Fabio Lozano y Lozano, y en nombre del Senado de la República, el doctor Antonio J. Lemos Guzmán.

A las 4 ½ p. m.

Inauguración del Palacio nacional, cuya entrega hará el señor Ministro de Obras Públicas. Le contestará el señor Gobernador del Departamento.

A las 9 p. m.

Acto académico en el Paraninfo de la Universidad para presentar el cuadro “Apoteosis de Popayán” del Maestro Efraín Martínez. En este acto llevará la voz el señor Rector don Baldomero Sanín Cano. Entrega, por el excelentísimo señor Presidente de la República, de condecoraciones a varios payaneses agraciados con ellas.

DÍA TERCERO.

(Dedicado a la ciudad)

A las 9 a. m.

Doña Lorencita Villegas de Santos descubrirá la lápida dedicada a la mujer payanesa. En este acto hablará la señorita Josefina Valencia M.

A las 10 a. m.

Inauguración del busto de don Toribio Maya, cuya entrega hará el presidente de la junta del monumento, don Vicente J. Arboleda C. Responderá el delegado del Honorable Concejo Municipal, doctor Jaime Bonilla Plata.

A las 3 p. m.

Sesión extraordinaria del Concejo Municipal, en honor de los Altos Poderes Nacionales. En esta solemnidad hablará el Excelentísimo Señor Presidente de la República. Terminado este acto, se hará un recorrido por los diversos sectores de la ciudad.

 Baile de gala en honor de los ilustres huéspedes, en el Teatro Municipal.

DIA CUARTO

(Festejos Populares. Programa especial)

Junta del IV Centenario de Popayán

La junta designó las siguientes comisiones para las diversas funciones a había que atender:

De Inauguraciones y Desfiles.

Señores Alcalde Municipal, Director de Educación doctor Álvaro Orejuela, Vicerrector de la Universidad, Jefe del Estado Mayor de la 3.a Brigada, Comandante del Batallón Junín, comandante de la Policía Nacional don Bernardo Muñoz, Inspector Departamental de Tránsito y doña ( ) y don José María Arboleda Llorente.

Para el Banquete Oficial

Señor Gobernador del Departamento, señor Alcalde Municipal, señores don Manuel María Arboleda, don Jorge A. Iragorri Díez, doctor Manuel Caicedo Arroyo, doctor Mario Tomás Mosquera, doctor Luis Carlos Iragorri, doctor Gerardo Bonilla Iragorri, don J. Manuel Varona O., don Adolfo Zambrano, don Francisco Villamil, don Manuel Lago.

Señoras: doña Josefina H. de Iragorri Díez, doña Rosa E. Chaux de Mosquera, doña Julia L. v. d Otero, doña Emilia B. de Martínez, doña Sixta Tulia de Valdivieso, doña Josefina Zambrano de Muñoz.

Señoritas: Elvira Lenis, Josefina Valencia, Eufemia Zambrano, Merceditas Angulo, Cecilia Olano.

Para el Baile de gala.

Señor Gobernador del Departamento, señor Alcalde de la ciudad, Junta Directiva del Club Popayán.

Señoras: Julia Chaux de Rojas, doña Rosa Zamorano de Iragorri, doña Jesusita Velasco de Iragorri, doña Alma Muñoz de Zambrano.

Señoritas: Luz Valencia, Ángela Martínez, Silvia Ayerbe Chaux, Adelaida de Ayerbe Chaux, Elisa Cárdenas.

Para el Panteón de los Inmortales.

Señor Rector de la Universidad del Cauca, doctor Guillermo Valencia, señor administrador Apostólico de la Arquidiócesis, Monseñor Nereo Piedrahita. Comisión designada por el H. Concejo Directivo de la Universidad, así:

Doctor José María Obando R., doctor Luis Carlos Iragorri, doctor Marco Tulio Ante.

Para la recepción y alojamiento.

Coronel Eduardo Bónitto, don víctor Mosquera Chaux, don Daniel Valdivieso, don Julio Manuel Ayerbe, don José María Arboleda Ll., doctor Álvaro Pío Valencia, doctor Bernardo Rojas A., doctor Víctor Gabriel Caicedo, don José María Arroyo A., Mayor Mario Blum

Señoras: doña Ernestina Lourido de Angulo, doña Sixta Tulia de Valdivieso.

Señoritas: Josefina Valencia, Marina Otero Lenis.

Para el arreglo del Parque de Mosquera.

Doctor Tomás Doria Mosquera, doctor Mario Tomás Mosquera y su señora, doctor Carlos Delgado Mosquera, don Aníbal Mosquera, don Herman Mosquera, don Gonzalo Ayerbe y su señora, don Carlos Bolívar Mosquera, don César Mosquera, don Carlos Dueñas y su señora, don César Vernaza M., don Carlos Lehman y su señora, señor Alcalde Municipal, señor Miguel Antonio Arroyo.

Señoras: doña Josefina v. de Mosquera y señoritas hijas, doña Blanca Mosquera de Delgado y señoritas hijas, doña Mary Mosquera v. de Vernaza.

Don Antonio Cárdenas Mosquera, señora esposa y señoritas hijas.

Todos los comisionados cumplieron a la perfección lo que la junta del IV centenario les encomendó.

LAS INVITACIONES.

Fuera de las invitaciones de rigor al excelentísimo señor Presidente de la República, doctor Eduardo Santos y a su señora doña Lorencita Villegas de Santos, a los Ministros del despacho ejecutivo; al excelentísimo señor doctor Ismael Perdomo, arzobispo de Bogotá, a los excelentísimos señores Embajadores del Ecuador y Venezuela, a los gobernadores de los departamentos del Valle del Cauca y Nariño, nadie más fue invitado especialmente a concurrir a los festejos. Solo a estos invitados y a las comisiones encargadas de representar entidades ausentes, como las Cámaras Legislativas, la Academia Nacional de Historia, la Asamblea Departamental de Cundinamarca, el Concejo Municipal de Cali, debía atenciones especiales la ciudad. No contaba ésta con recursos suficientes para atender gran número de invitados y por eso limitó las invitaciones.

También sabía la ciudad que eran pocos los hoteles existentes (los principales están nombrados) para alojar extraordinario golpe de visitantes y ni la junta, ni el Alcalde, ni el comercio, nadie le hizo propaganda a la fiesta en periódicos ni en radios. El que quiso asistir lo hizo por su cuenta: los hoteles estaban atestados de pasajeros, muchas casas particulares recibieron parientes y amigos, todo popayanejo ausente que pudo concurrir se reintegró a su suelo natal y faltaron, sin embargo, muchos.

De los invitados especiales no concurrieron los excelentísimos señores arzobispo de Bogotá y embajador de Venezuela y entre los ministros, solo los de relaciones exteriores y de guerra.

LA LLEGADA DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.

A las 7 de la noche del 25 de diciembre llegó a la ciudad, por la vía férrea, el excelentísimo señor presidente de la República, acompañado de su señora y del señor Ministro de Relaciones exteriores, doctor Luis López de Mesa, del señor Ministro de Guerra, doctor José Joaquín Castro Martínez, del excelentísimo señor doctor Gonzalo Zaldunbide, embajador del Ecuador en Colombia, el doctor Julio H. Palacio (…)

A encontrar en la estación del ferrocarril al señor Presidente, a su señora y a la comitiva presidencial y presentarles la bienvenida salieron el señor gobernador del Departamento, el señor Alcalde de la ciudad, don Teófilo J. Martínez, el señor presidente del Concejo, el ilustre señor Vicario, la comisión designada al efecto, distinguidas señoras que ofrecieron el homenaje de las flores a doña Lorencita, y gran número de amigos personales o políticos su excelencia quien en emocionadas palabras saludó a la ciudad.

El excelentísimo señor y su señora fueron recibidos en casa del doctor Manuel José Mosquera Vidal quien, con su señora, hizo, como cumplía el gran señor de propias y elevadas preseas de caballero y tan bella y gentilísima señora como lo es doña Rosa Elvira, los honores del hogar a sus ilustres huéspedes.

El señor Ministro de Relaciones Exteriores y el Embajador del Ecuador fueron huéspedes atendidísimos de doña Julia Otero v. de Lenis.

El señor Ministro de Guerra pasó en el hotel Lindbergh.

EL 26 DE DICIEMBRE.

El 26 de diciembre la ciudad amaneció triunfal con la bandera de la Patria flotando en todos los edificios y habitaciones. Ni una tienda ni la más pobre casa dejaban de ostentar el tricolor nacional. ¿Hay algo más bello que una ciudad, pulcra hasta lo mínimo como ya se ha dicho que estaba Popayán, adornada toda ella de banderas? Qué alegría, qué grande atavío de fiesta daba a la ciudad el ondear de pabellones colombianos.

Desde las seis de la mañana ya todo era movimiento. Las señoras de casa iban a misa y volvían prestas a disponer los menesteres domésticos para tener libre el día; las costureras daban la última puntada a los encargados trajes; era lo más rápido posible el tocado de las señoritas; en el desayuno se comentaba la llegada del doctor Santos, el traje que iba a lucir la niña de la casa, quiénes habían venido a las fiestas, qué popayanejos habían dejado de concurrir; los barrenderos afanosos barrían, los emboladores lustraban calzados, el señor alcalde, activo, diligente, popayanejo ciento por ciento, iba y venía por las calles, a ratos a pie, a ratos en automóvil, daba órdenes, oía consejos, escuchaba razones; el gobernador atendía a todo y a todos; Guillermo Valencia, en automóvil, cuidaba del protocolo y de lo demás de su incumbencia; Rafael Maya nerviosamente repasaba el discurso que iba a pronunciar; los forasteros recorrían en flamantes automóviles la engalanada ciudad, conociéndola; su excelencia el doctor Santos, después de agradecer al doctor Mosquera y a la simpatiquísima señora de éste, el magnífico hospedaje que le habían dado a él y a su suave e inteligente señora doña Lorencita, después de impartir órdenes a Bogotá y de recibir los buenos días de numerosos visitantes, se preparaba como toda la ciudad para concurrir al morro de Belalcázar a escuchar a Maya.

De todos los ángulos de la ciudad las gentes endomingadas, gozosas, comunicativas, ávidas de la fruición por la palabra de un grande orador, se dirigían a pie o en automóviles a la colina. Las calles de Belén, de la Pamba, las transversales que a aquel sitio conducen, tan quietas de ordinario, eran como la antigua plaza en día de Reyes, olas humanas que se abrían como el Mar Rojo al paso de automóviles para volver a compactarse y nuevamente abrirse. ¿Quién faltaba a la cita? En aquel torbellino iban, que el cronista recuerde, don Polidoro Velasco y su señora, doña Clemencia Cajiao, don Miguel Rada, don Antonio Bonilla y su familia, don Floravante Llanos, el doctor Silvio Villegas, don Buenaventura Hurtado, el doctor Julio H. Palacio, don Luis Paz Urrutia, don Francisco Zambrano, su señora Josefina Camader y sus hijas Josefina y Teresita, el doctor Manuel Antonio Carvajal, los gobernadores del Valle y de Nariño, doctores Alonso Aragón Quintero y Bolívar C. Santander, este con su señora Isabel de la Rosa, don Rafael Erazo Navarrete y su señora, doña Rosa Elvira Navarrete, la señorita Lucía Navarrete, la señorita Laura Rojas, sus sobrinas Luz, Noemí, Alicia, Stella y Consuelo Muñoz, el teniente Carlos Castrillón Arboleda con su hermano don Diego y sus hermanas María Teresa y Marta, las niñas Leonor, Ernestina, Teresita, Cecilia y Josefina con su hermano José Tomás Angulo Lourido, doña Sofía Castro de Ibarra y su hija, doña Paula, la señora Elvira Guzmán de Lemos y su hija doña Blanca Elvia. Doña Carmen Barragán de Hormaza y sus hijas Luz y Sofía, don Abelardo Mejía y su hija María Luisa, don Liborio Navia Grueso y su señora doña María Grueso, el doctor José Vicente y don César Ayerbe Chaux con sus hermanas Adelaida y gloria, el doctor Víctor Gabriel Caicedo Arboleda y su hermana Olga, el doctor Federico Uribe Restrepo, las señoritas Julia Elvira y Stella Mosquera Chaux, las señoritas María Luisa y Carmen Paredes, doña Carmenza Aragón de Borrero y su hermana doña Herminia, doña Mercedes Pardo de Simmonds y su hija Carmiña, don Tiberio Garcés, su señora Blanca Arboleda y sus hijas Blanca, Rosa y Clemencia, don Francisco de Rosa, su señora Elvira Peña y su hija Ana Olinda, las señoritas María Luisa y Soledad Ruales, y Julia Paz Bonilla, el doctor Luis Saavedra, su señora Carmen Elisa Velasco y su hija Regina, don Julio Carvajal y su señora Soledad Mosquera, don Luis Rodríguez, la señorita Tulia Concha Medina con su hermano don Francisco, el doctor Reinaldo Coronel y su señora Julia Arroyo, la señorita Eva Salazar, el doctor Guillermo Fischer, y su señora Cecilia Cárdenas, doña Ernestina Díez de Verleysen, don Carlos Dueñas y su señora Fermina Lehmann, el mayor Eduardo Ortega y sus hijas Josefina, Cecilia y Aída, el doctor Pedro Antonio Caicedo, su señora María Díez y sus hijas Cecilia, Margarita, María Teresa e Inés, las señoritas Eufemia y Tulia Caicedo Martínez, el mayor Luis Villate y su señora Fanny Delgado Mosquera, las señoritas Myriam e Irma Castrillón Muñoz, la señora Margarita Rivera de López, el señor (…) Campo, su señora Rosalía Caicedo y sus hijas Noemí y Libia, don Alfonso Muñoz, su señora y la señorita Julia Muñoz, el señor Carlos Paredes, su señora Josefina Cajiao y sus hijas, don Pablo González, su señora María Agredo y su hija Emma, don Eliseo Navia y su señora María Luisa Arboleda, don Ernesto Concha y su señora Josefina Arboleda, José María Balanta y su hermana Petronila, la señora Josefina Rebolledo de Paz y sus hijas (…), el doctor César Balcázar y sus hijas Cecilia y Alicia; doña Francisca Pardo de Bejarano, las señoritas Eufemia López, Blanca e Isabel Ulloa, don Elvio Muñoz y su señora Gerardina Paredes; el doctor Laurentino Quintana y su señora Elena Fernández de Córdoba, doña Rosa Elena Lemos de Barragán, la señora Carmen Iragorri de Londoño y sus hijas Graciela, Luz y Nelly, el doctor Francisco Vejarano Trullo; el señor Julio Bravo y su señora Romelia Muñoz, la señora Carmen González de Paz y su hija Luz, el señor Víctor Arboleda y su señora doña Leonor Castellanos, don Luis Paz Urrutia, doña Judith Velasco de Herrera y su hija Graciela, el doctor Gerardo Paz Otero, don Gonzalo Ayerbe, su señora Sofía Mosquera y sus hijos Alfonso y Josefina, don Manuel Antonio Nates, su señora Laura Londoño y su hija Ventura, don Eduardo Quintero, doña Leonor Quintero de Rivera; la señora Ana Tobar y sus hijos el doctor Julio César y don Jorge, don Virgilio Castro, el doctor Luis Castellanos Arboleda, don Carlos Angulo y su señora Margarita rojas, las señoritas Rogelia y Ana Llorente Mosquera, el señor José Vicente Vivas C, las señoritas Inés y Beatriz Arboleda Llorente, don Manuel María Arboleda y su señora doña Carlina Concha, don Miguel Rada y su señora doña Abigaíl Castro; doña Clemencia Lloreda de Castro y sus hijas Cecilia y Marta, la señorita Jorgina Ramos, la señora Mercedes Ramos de Nates y sus hijas Eufemia, María Luisa y Mercedes, el señor Fernando Olano y su señora Pastora Trujillo, el doctor Jesús María Plaza y su señora Julia Concha, don Luis Arboleda Castro, su señora Julia Grueso y sus hijas Laura y Julia, el doctor José Vicente Velasco y su señora Tulia Elvira Angulo, don Mario Angulo y su señora Alicia Doria, el doctor Rodolfo Hernández Soler y su señora Emma Vejarano Trullo, don Luis Vejarano y su señora doña Mercedes Trullo, las señoritas Rosario y Mercedes Córdoba, don Isidoro Mugrabe, don José Ramos, don Simón Larroque, doña María del Carmen Chaux de Ángel y su hija Celcilia, doña Elvira Quintero de Murgueitio, don Rafael María Castro, el doctor Alfredo Constaín y su señora Blanca Aragón, el doctor Ernesto Ordóñez y su señora Pepa Aragón, don José Rafael Muñoz y su señora Amalia Delgado, el doctor Gustavo Delgado, los presbíteros Monseñor Gustavo Vallecilla y don Nicolás Quintana, don Francisco Medina Castro y sus hijas Gerardina y Graciela, don Camilo Varona y su señora Leonor Varona, don Guillermo Iragorri y su señora Alina Muñoz, el señor Jesús María Caicedo y su señora Ernestina Montúa, el doctor Miguel A. Orozco y su señora Cecilia Quintero, la señorita María Dueñas, don Miguel N. Concha, el doctor Jeremías Muñoz, doña Adelaida Angulo de Olano con sus hijas Lala, Lola, Cecilia y Maruja, doña Elvira Arboleda de Angulo con su hija Merceditas, don Álvaro Muñoz Cajiao y sus hermanas Blanca y Ana Lucía, don Álvaro Gómez Hurtado y su hermana Cecilia, la señorita Margarita Castellanos, el señor (…) Velasco Villaquirán y su señora Myriam Valdenebro, el señor Rafael Cabrera, su señora Beatriz Moreno y su hija Emérita, el señor José María Alaix y su hija Aura, el doctor José Ignacio Parama, el doctor Hernando de la Rosa, don Hernán Ríos y don César A. Campo, la señorita Alicia Negret Dueñas, don Hernando A. Cárdenas, don Rafael Muñón, don Hilarión Pazos, don Jesús María Irunita, don Jorge del Castillo Pino, don Miguel Jerónimo Cornejo, doña Blanca Valdenebro de Muñoz, la señorita Matilde Arboleda, don José María López Paz (…)

Pero, ¿cómo contar la multitud? Pasan y pasan gentes: la democracia perfecta; abigarrado conjunto de señoras, señoritas, señores, sirvientas, artesanos, ñapangas, obreros, ricos, pobres, todo Popayán, todos los visitantes de la ciudad. A las nueve de la mañana hormiguea el morro. Pensárase una masa humana que sostuviera en sus hombres la escultura perfecta de Macho, en la que el fuerte y bello caballo responde a la bizarría del conquistador.

Vánse acomodando los que llegan a la plana cima en las sillas para ello preparadas: la comisión del senado de la República: doctor Humberto Gómez Naranjo, don Manuel Marulanda, Juan Pabón Peláez acompañado de su señora Sofía Plata, la de la cámara de representantes, doctor Fabio Lozano y Lozano, doctor Silvio Villegas (…), doctor Edilberto Escobar, doctor Ignacio Amaris González (…), la de la Academia Nacional de Historia: doctor Guillermo Hernandez de Alba, don Luis Augusto Cuervo, don Daniel Arias Argáez, don Enrique Otero D’Costa, don Moisés de la Rosa, don Luis Martínez Delgado; la del concejo de Cali: doctor Manuel Antonio Carvajal, don Gonzalo Lourido, doctor Hernando Valencia, don José Camacho, don Óscar Colmenares; los miembros del Concejo de Popayán, las autoridades civiles, eclesiásticas y militares, los gobernadores del Valle del Cauca y Nariño, don Tomás Maya, profundamente emocionado, señoras, caballeros particulares.

En la carretera al morro hacían calle de honor al Presidente de la República y a la señora de Santos los alumnos y alumnas con sus respectivos uniformes y banderas, de la Universidad del Cauca, del Seminario Conciliar, del Juniorato de San Camilo, del Colegio de San José de Tarbes con su primorosa banda de guerra, del colegio del Sagrado Corazón, de la Escuela Normal de Rurales, del Colegio Champagnat, de las escuelas “Tomás C. de Mosquera”, “José Hilario López”, “Rafael Pombo”, número primero de niñas, “Pubenza”, “filomena Segura” de La Pamba, “Alfonso López”, de Artes y Oficios, Privada del señor Carlos W. Villaquirán.

EL discurso de maya.

A las nueve y cuarto de la mañana llegó el excelentísimo señor Presidente de la República acompañado de su señora, del gobernador del Cauca, que iba con la señora Julia Lenis de Otero y con sus secretarios, del excelentísimo señor Zaldumbide, embajador del Ecuador en Colombia, del doctor Guillermo Valencia, del doctor Manuel José Mosquera y su señora.

La mañana estaba opaca; el sol, velado por las nubes, no molestaba a la concurrencia, colocada en semicírculo frente a la estatua de Belalcázar, al pie de cuyo pedestal se alzaba la tribuna, la misma que regaló Guillermo Valencia a la municipalidad para las grandes oraciones.

Aplaudido el excelentísimo señor presidente y ocupados por éste y su comitiva los puestos de honor correspondientes, subió Rafael Maya a la tribuna. Vestía sacolevita negro, pantalón a rayas y corbata gris. La multitud palmoteó la aparición del orador que principió su discurso. La voz grave, clara, firme, sonora, difundida a todos los ámbitos por los micrófonos, iba causando a cada momento mayor y más profunda emoción a los oyentes. En cláusula de oro desentrañaba el sentido de la conquista, exponía filosofía de la historia, biografiaba el espíritu de Belalcázar, hacía la apología de España que clavó en América la cruz y con ella la civilización y la cultura, loaba bellamente el habla castellana que manejaba como celoso dueño de ella, unía con sumo acierto la empresa de don Sebastián con la de los payaneses mártires de la Independencia; destacaba las figuras proceras de Popayán con luminosos contornos inconfundibles; cantaba a la ciudad y describíala tal como es, mas vista con ojos de poeta y dicha en gayas frases de donosa hermosura; pintaba el paisaje que tenía a la vista con tan preciosos colores que el auditorio no atinaba a discernir si era el mismo paisaje el que hablaba con voces no oídas o era la voz del orador que creaba el paisaje; recontaba las antinomias de los payaneses, los dolores y sacrificios de la ciudad en aras del ideal; reconstruía la historia urbana en vívidos períodos; galardonaba hermosamente a las mujeres pubentinas, invitaba al hossana en fulgurantes imprecaciones.

Cada periodo provocaba más entusiásticos aplausos y al final recibió una estruendosa y sincerísima ovación. Abrazaron al feliz orador el Presidente de la República y todos los presentes. El cronista oyó el comentario emocionado de Guillermo Valencia: “La fiesta está hecha, lo demás sobra”. Y aún no había pronunciado Valencia su magistral oración a los hijos gloriosos de Popayán. La multitud le hizo calle de honor a Rafael Maya quien, cojeando, bajó a la ciudad entre una bóveda de frenéticos aplausos.

La unidad del variadísimo discurso, del que la fe en Dios y en la Patria fueron las aquilinas alas, la alteza del pensamiento, la galanura del lenguaje, el cristal de las imágenes, la robusta entonación, la arrogante apostura, el ademán y el gesto de avezado orador, hicieron de esa creación una oración perfecta y abrieron con puertas diamantinas las fiestas del centenario, pusieron la meta de lo que iba a seguir, enguirnaldaron de laureles la procera ciudad.

EN EL AERÓDROMO.

Bajaba la concurrencia de la colina de Belalcázar cuando el zumbar de las hélices anunció la llegada de los aviones para inaugurar el aeródromo situado al noreste de la ciudad y construido por el gobierno nacional. Es un ameno campo, aledaño al río Cauca, tiene dos pistas, una de norte a sur de mil cuatrocientos metros y otra de oriente a occidente de mil doscientos metros y está construido con todas las reglas de la técnica. Traían las naves aéreas que eran un bimotor militar escoltado por dos trimotores y por dos escuadrillas de caza, las cenizas del ilustrísimo señor Pedro Antonio Torres, de los generales Julio Arboleda, José Hilario López, Julián Trujillo y Euclides de Angulo y del doctor Froilán Largacha. Los 9 aviones venían piloteados por los señores Teniente Coronel Ernesto Buenaventura, mayor Alberto García, mayor Jesús Alegría, capitán Emilio Correa, capitán Rafael Valdés, capitán Héctor Arango, teniente Jaime Reyes P., teniente Héctor Materón, teniente Bernardo Escobedo, teniente Ernesto Recamán, subteniente Andrés Mejía, subteniente Antonio Olano, subteniente Félix O. Galvis, quienes traían como mecánicos a los señores Luis A. Babativa, Eduardo Escobedo, Ramón Escobar, Álvaro Baena, Parmenio Izquierdo, Enrique Forero, Pompilio Ramírez, Rafael Blanco, José A. Concha, Jorge Velásquez y como operarios a los señores Eduardo Calderón, … Rojas … Londoño.

Antes de aterrizar, volaron los aviones sobre la ciudad y encima de la estatua de Belalcázar simularon una ruidosa corona alada.

La multitud acudió al aeródromo al que fueron también en automóviles el excelentísimo señor Presidente y su señora, el señor ministro de guerra y el de relaciones exteriores, el señor embajador del Ecuador, el doctor Guillermo Valencia, el señor Alcalde de la ciudad, gran número de particulares y el Batallón Guardia de honor.

Recibidas las preciosas reliquias que venían en cuidadas urnas e inaugurado de tan solemne manera el aeródromo, se organizó inmediatamente el desfile para conducir los restos mortales de los próceres al Paraninfo de la Universidad, donde fueron depositados en urnas de mármol puestos en compañía de las que ya encerraban los despojos de Caldas, Ulloa, Montalvo, Buch, Joaquín Mosquera, José María Obando, Tomás Cirpriano de Mosquera y Ezequiel Hurtado, para llevarlas todas al día siguiente al Panteón de los Próceres.

El desfile pasó por el puente de Bolívar, siguió derecho por la carrera 67.a hasta la calle 5.a, esquina noroeste de la plaza de Caldas y de aquí cruzó hacia el Paraninfo.

Las dos de la tarde era la hora señalada para visitar los templos. Quienes lo hicieron adoraron en ellos a Dios que tantos beneficios ha dispensado a Popayán en cuatro siglos de existencia de la ciudad y pudieron contemplar los tesoros de arte, algunos de los cuales se han enumerado en esta crónica, guardados en tales templos.

EXPOSICIÓN DE PINTURA

(   )

EL BANQUETE

Las nueve de la noche. Aglomeración de curiosos en las aceras que conducen al palacio nacional. Rodar de automóviles hacia él. Profusión de luz. Empiezan a llegar al palacio los invitados al banquete que en honor del señor Presidente de la República ofrece el señor Alcalde de la ciudad.

Irreprochables fraques lucen los caballeros. Las señoras, preciosos vestidos de gala.

El señor Alcalde y su señora doña Emilia Hormaza, hacen los honores de casa. Conversan animadamente los asistentes en el salón de recepción y apuran exquisitos cocktailes. A las diez de la noche toman los concurrentes puesto en las mesas. El comedor está en el largo y amplio espacio que servirá para oficinas de correos y telégrafos. Muy elegante el arreglo de las mesas que estaban en hilera, menos la de honor, al fondo occidental: servicio de fina porcelana, copas, candelabros.

La escogida carta de manjares, vinos y licores es esta: (  )

La escuela de música de Popayán que dirige el maestro Daniel Samudio ejecutó admirablemente durante el banquete magnífico confierto. El selecto concurso, la grata compañía, la discreta conversación, las exquisitas viandas, los finos vinos y locores, la sabrosa música hicieron en extremo agradable la opípara mesa.

A la hora del champaña el alcalde, señor Martínez, en correctas cláusulas, ofreció el homenaje al excelentísimo señor Presidente. Fue el del señor Martínez un discurso mesurado, meditado, digno de la ocasión en que lo pronunciaba. El excelentísimo señor Santos en correcta improvisación, con voz pausada, sin tonos altos, la que siempre usa en sus discursos, nunca leídos, loq que dan la sensación de conferencia familiar en impecable lenguaje, agradeció la dedicación del banquete e hizo emocionado elegio de Popayán. A la una de la mañana del 27 concluyó el festín y los asistentes a él se dirigieron al Club Popayán en donde selecto grupo de personas, en traje de etiqueta, los esperaban en sabroso baile, el que se prolongó hasta las cinco de la mañana.

Aquí debiera aparecer la lista de los invitados al banquete; pero todos los esfuerzos del cronista por conseguirla han sido baldíos. Ni el señor alcalde ni el señor secretario de la junta del IV centenario ni nadie la conserva. Es una falla de que el cronista, que escribe desde Pasto, no es culpable. Cartas y más cartas ha escrito pidiendo los nombres de los concurrentes al banquete, a los doctores Luis Carlos Iragorri, Hernando Rojas Arboleda y Simón Rojas Arboleda quienes no ha logrado hacerse a la lista. Y desde ahora presenta excusas porque lo mismo que ha ocurrido con la lista de los asistentes al banquete ha pasado con los que estuvieron en el baile de gala del Teatro Municipal.

27 DE DICIEMBRE

Es el día dedicado a la República. Ante todo es preciso postrarse ante Dios providente en acción de gracias por tantos bienes derramados por su prolija mano sobre la ciudad, desde haberla signado con su bendita cruz hasta haber hecho florecer en ella la virtud y la gloria. La tierra del arzobispo Mosquera es, primero que todo, católica.

A las ocho de la mañana estaban repletas de gente las naves de la catedral metropolitana que lucía sus mejores galas. Flores y luces bendecían al señor. Las socias del Sagrado Corazón de Jesús, presididas por doña María Delgado de Muñoz, habían extremado el buen gusto en el severo arreglo del templo.

El excelentísimo señor Presidente de la República y la señora de Santos, el señor Gobernador del Departamento y sus secretarios, el excelentísimo señor Embajador del Ecuador y los comisionados de las cámaras legislativas, de la academia de historia y de las demás entidades ya enumeradas aprestigiaban la concurrencia a la solemne misa.

Ofició en el altar el señor Administrador Apostólico y diaconaron los señores presbíteros Víctor Bonilla y Jesús María Escobar. Acolitó las ceremonias religiosas el seminario mayor.

La orquesta de la escuela de música de Popayán, bajo la acertada dirección que ya se dijo del maestro Daniel Zamudio, sonó los magníficos acordes del Andante de Beethoven y con la colaboración del seminario (cerca de cien ejecutantes entre cantores y músicos) ejecutó magistralmente la misa de Santa Juana de Arco de H. Nibelle y el Tantum Ergo de Bach. Cantóse solemnísimo Te Deum con nota gregoriana y la orquesta terminó con la marcha festival de Mendelssohn.

Después del Evangelio subió al púlpito el señor presbítero doctor Laureano Mosquera. Colmó las naves la voz austera del predicador. La conquista, la colonia, la república, alumbradas y engrandecidas por la fe católica, desfilaron ante los absortos oyentes, evocadas por el orador en majestuosas cláusulas. A través de la ambición, de la orgía de sangre, de los abusos de encomenderos y gobernantes, la cruz abría brecha y el misionero y el apóstol y el mártir y el obispo hacían levantar los ojos a Dios y Popayán se erigía en centro eminentemente religioso. La oración del señor Mosquera fue ungido panegírico a la religión y a la patria, del que quedaron grandes enseñanzas en los ánimos de los oyentes.

EL DESFILE CÍVICO

Como lo anunciaba el programa, a las diez y media de la mañana comenzó el desfile cívico para la traslación de las urnas cinerarias de los próceres y presidentes de la república, desde el paraninfo de la Universidad hasta el Panteón de los próceres.

Las escuelas y colegios ya nombrados, en filas paralelas, dejando libres las aceras para la multitud emocionada y descubierta, escoltaban la luctuosa procesión. Los hombres que iban en ella vestían de negro en traje de ceremonia diurna. También las señoras iban trajeadas de negro.

Las urnas de mármol, en andas a propósito, eran conducidas por estudiantes de la Universidad. Del Paraninfo la procesión enfiló hacia el oriente, cruzó por la carrera 4.a hasta la calle 3.a, la de La Pamba; siguió por esta hasta el occidente y llegó a la plaza de Caldas por la carrera 6.a. Iniciaba el lento desfile, profundamente silencioso, con silencio invadido solo por los ecos de las lejanas marchas fúnebres que sonaba al final la banda del ejército, la urna en que iban los restos mortales del general Euclides de Angulo. Seguíanla, con media calle de distancia entre cada una, las del doctor Exequiel Hurtado, del general Julián Trujillo, del doctor Froilán Largacha, de don Julio Arboleda, de Francisco José de Caldas, reunidos con los de Miguel Montalvo y Miguel Buch, del ilustrísimo señor Pedro Antonio Torres, del general José Hilario López, del general Tomás Cipriano de Mosquera, del general José María Obando, de don Joaquín Mosquera y la de Camilo Torres. “Porque dispersó la ira las reliquias de Torres” la urna a él consagrada iba vacía. Desprendíanse de ella cintas tricolores que asían cuatro soñadas doncellas descendientes del prócer: Luz y Ana Cecilia Arboleda Chaux, Blanca Arroyo Arboleda y Cecilia Paredes Arboleda. Dijéranse escapadas del cuadro de La Aurora de Guido Reni para escoltar la gloria del tribuno.

Las andas en que iban las cenizas de José Hilario López eran llevas por universitarios de la raza que el prócer acabó de libertar.

Tras la urna de las cenizas de don Julio Arboleda portaba el general Julio Caicedo y García una corona de laureles. El general Caicedo es de los actuales prohombres de Popayán. Ganó bien ganadas en las antiguas guerras civiles sus charreteras de general. Fue dos veces excelente gobernador del Cauca, en la administración del general Rafael Reyes y el del general Pedro Nel Ospina. Progresista, bondadoso, ecuánime, hombre de trabajo, de gran don de mando y de extraordinaria simpatía, en paz y en guerra ha sido eminente ciudadano. Frisa con los ochenta años. Hace poco celebró con su distinguidísima señora, doña Leticia Ayerbe, sus bodas de oro matrimoniales. Toda su vida ha venerado la memoria de don Julio. Admiración por el héroe-poeta y respeto por el encanecido y bizarro general emocionaban al concurso al paso de esas andas.

El excelentísimo señor Presidente de la República y la señora de Santos, los señores ministros de guerra y de relaciones exteriores, el señor gobernador del Departamento, el excelentísimo señor Embajador del Ecuador, las autoridades eclesiásticas encabezadas por el señor administrador apostólico, las comisiones de las cámaras legislativas, de la academia nacional de historia y demás de entidades que se habían hecho representar en las solemnidades del IV centenario, los señores gober (76 – 84)

Palabra, hizo la entrega en improvisación feliz que fue muy aplaudida: aprehendió en ella el ambiente payanés y lo expuso en esmeradas frases de galanura exquisita. Efusivos aplausos arrancó la improvisación del señor ministro, improvisación de que no pudo obtener copia ni síntesis el cronista.

En discurso sencillo, elegante, bien pensado, el gobernador, señor Lenis contestó al señor ministro. Hizo un detallado recuento de las obras dispuestas en Popayán por el gobierno nacional con ocasión del Centenario: el palacio nacional, la escuela normal rural, el hotel sanatorio de Coconuco, solo iniciado, el Liceo Nacional de Varones, apenas principiado, el aeródromo y algunas carreteras; hizo el elogio del gobierno nacional y loó a Popayán en elegantes frases. Bien ganadas fueron las numerosas palmas que recibió el señor gobernador.

APOTEOSIS DE POPAYÁN

A las nueve de la noche, selecto concurso de damas y caballeros, todos en riguroso traje de etiqueta, esperaba la inauguración, en el Paraninfo de la Universidad, del monumental cuadro al óleo titulado “Apoteosis de Popayán” del grande artista Efraím Martínez.

Efraím Martínez es de veras artista y grande artista. Nació en Popayán el 8 de abril de 1898. Las primeras nociones de dibujo las adquirió en la escuela anexa a la normal de instructores, bajo la dirección de don Efraím Díaz. Los estudios formales los principió en la escuela de pintura de la Universidad del Cauca, con el pintor español don Emilio Porcet. Era rector de la Universidad el doctor Alfredo Garcés. Encargado el artista Coroliano Leudo, por el regreso de Porcet a España, de la dirección de esa escuela, por tres años siguió Martínez aprendiendo allí el manejo de los pinceles. Al terminar Leudo su contrato quedó Martínez encargado, justamente nueve meses, de la dirección de la escuela hasta que se trasladó a Bogotá e ingresó a la de Bellas Artes. Allí exhibió con muy buen éxito sus primeros cuadros, entre los que se destaca el de “Los niños pobres” adquirido por don Hipólito Castrillón. Adolfo Samper, Germán Arciniegas, Gustavo Santos y varios otros escribieron elogiosos artículos sobre la obra de Martínez.

El departamento del Cauca le concedió una beca para continuar sus estudios en Europa. Era gobernador don Manuel José Olano y director de educación pública el doctor Hernando Rojas Arboleda. En la Academia de pintura de Madrid estuvo tres años. Fueron Allí sus profesores (  ). Entre otros, trajo de allá el notable cuadro de “Las Monjas”, blanco y gris y luz, verdadera obra de arte.

Volvió a Colombia y de 1926 a 1928 pintó la galería de retratos de rectores de la Universidad del Cauca. Nuevamente becado, regresó a Europa y fijó su residencia en París. Allí recibió lecciones de (  ) y visitó luego los museos de Italia y de Bélgica.

Cuando apenas comenzaba sus estudios concibió la idea de un cuadro en que figurara un romántico desfile nocturno de los hombres ilustres de Popayán, en fantástica creación, ante don Quijote. Evolucionó la idea cuando el doctor Luis Carlos Iragorri, secretario entonces de Hacienda del departamento del Cauca, al concedérsele a Martínez la segunda beca para Europa, insinuó como condición para disfrutar de ella que pintara un cuadro con motivos de “Anarkos” o de “El Canto a Popayán” de Guillermo Valencia. En París, al regresar de los museos de Italia y Bélgica precisó el boceto mental de “La Apoteosis de Popayán” inspirada en el poema del maestro. Es pues el monumental lienzo una interpretación plástica, o si se quiere humanizada del clásico poema.

Uno de los motivos del aplazamiento hasta ahora de las fiestas del centenario fue el deseo de la ciudad de presentar en ellas el cuadro de Martínez. Esa noche iba a cumplirse el anhelo.

Cubría el cuadro lujosa cortina de damasco. La expectativa por contemplarlo era extraordinaria. Se esperaba al excelentísimo señor Presidente de la República.

Al llegar su excelencia con la señora de Santos y el séquito de costumbre, fue descorrido el gran telón a los acordes del himno nacional.

Atónitos los espectadores clavaron los ojos en el lienzo monumental y aunque está inconcluso todavía, apenas bosquejado el paisaje del fondo: Popayán con sus características: la torre del reloj, la cúpula, la Ermita, Belén, las redondas colinas, el níveo Puracé, el cielo, ora de límpido azul, ya aborrascado, la admiración fue expresada con férvido aplauso. La cabellera en llamas, como retorcida serpiente eléctrica, una mujer, la tempestad, fulmina el rayo y alborota el cielo. Entre el negro nubarrón, la alada figura luminosa en cuyas tendidas manos al espacio estalla la centella, es creación que por sí sola bastaría para el renombre del autor.

Un roble, el árbol de Popayán, de un lado y otro y la alta columna de un pórtico, limitan el ancho escenario. En pie sobre la base del pórtico, envuelto en bizarra capa española, Guillermo Valencia, en efigie exacta al maestro en la más fiel de las copias, absorto ante las glorias que ha cantado contempla sus exámetros traducidos al color por el clásico pincel de Martínez. Junto al roble del frente, la adarga en alto don Quijote personifica el espíritu caballeresco de la ciudad. Cerca, sedentes, vestidas de albos o apenas coloreados tules, idealizadas, magníficas de belleza, las siluetas de Luz Valencia, de María Elisa Olano y Alicia Mosquera y de Marta Sarria representan, la primera en el centro, a Popayán que, la grácil mano con un cetro recibe el homenaje de su pueblo; las señoritas Olano y Mosquera a la derecha de don Quijote, la Primavera en su riego de flores y coronada la tercera, en las manos la lira, la Poesía, alma de la ciudad. Tres aborígenes, pasmados ante lo que sus ojos ven, tocados de plumas y abatido el carcaj, miran entre curiosos e indolentes el soberbio desfile. Con arreos pontificiales, severos, en acabadas imágenes, los arzobispos Ignacio León Velasco y Manuel Antonio Arboleda y los obispos Pedro Antonio Torres y Juan Nieto Polo, hijos de la ciudad, simbolizan la catolicidad payanesa. Torres y Caldas, desnudo el torso del primero, de rodillas frente al símbolo de Popayán, hacia el que converge todo el movimiento del cuadro, significan el sacrificio. Dentro del riguroso clasicismo del cuadro, ceñido a las reglas de la técnica interpretativa en color de los hombres y de los hechos, la actitud de los próceres es precisa. Doña Mary Mosquera de Vernaza, copiada como prototipo de la mujer payanesa, arropada en luto antiguo, inicia el grupo espléndido de las madres que entregan sus hijos a la Patria. Las otras dos figuras son las de doña Maruja Simmonds de Lemos Guzmán y señorita María Mosquera.

Belalcázar, en soberbio caballo admira su obra que sus ojos no soñaron. Un barbado español de pelo en pecho, para el que fue modelo el fornido capitán Miguel N. Concha, apoyado en la clava y dos figuras que representan la raza india y la negra, sugieren maravillosamente la conquista. Vestida y peinada a la antigua, doña Matilde Olano de Fernández, al fondo, la silueta del fraile payanés Francisco Figueroa, misionero y mártir, la cruz enarbolada y la engolada estampa del payanés que fue regente de España en 1812, don Joaquín de Mosquera y Figueroa, interpretan a maravilla la Colonia. Arrebozado, como Valencia, en capa española, entre la Colonia y la República, orgulloso de sus hijos, está, en primer término, don José María Mosquera y Figueroa, llamado por Bolívar “el primer ciudadano de América” y a quien quiso el Libertador tener por padre. Síguenlo sus hijos: don Manuel José, don Tomás Cipriano, don Joaquín y don Manuel María: un arzobispo y qué arzobispo, dos presidentes de Colombia y un gran diplomático. El grupo tiene la majestad de la grandeza. Media historia de Colombia es ese grupo.

Allí está José Hilario López con marciales arreos y a su lado, gozosos los libertos. Julio Arboleda, el poeta soldado, camina hacia la gloria con Pubenza, la heroína de Gonzalo de Oyón, su épico poema. Qué bizarra la actitud del general José María Obando retratado con el propio uniforme de gran parada que él usó. En el plano de Obando vénse a Froilán Largacha, a Andrés Cerón, a Euclides de Angulo y a Julián Trujillo, presidentes que fueron de Colombia junto a Valencia. Muestran su faz Carlos Albán, Sergio Arboleda, José Rafael Mosquera, Pedro Felipe Valencia, Conde de Casa Valencia, Manuel José Castrillón y Francisco Antonio de Ulloa. Entre la columna del atrio y el roble dos grupos finales: don Adolfo Dueñas, el magnífico arquitecto, los historiadores don Jaime Arroyo, presbítero Manuel Antonio Bueno y don Gustavo Arboleda y el último, los poetas Rafael Maya, Rafael Pombo y José Asunción Silva y el benefactor don Toribio Maya. Popayán reputa a Pombo y a Silva como hijos suyos, aunque nacidos en Bogotá. La concepción del primero ocurrió en Popayán y de aquí fueron los antepasados de Silva.

El conjunto y los detalles del cuadro son admirables; el colorido, las proporciones, la perspectiva son la realidad vivida. Terminado será lo que ya es: monumento grandioso a la gloria de Popayán y pedestal para la gloria del artista que con tanto amor y arte suma lo ejecutó. Fue principiado el cuadro en 1935. Mide 5,60 metros de alto por 9,15 metros de ancho, o sea 51 metros cuadrados de extensión. Ocupa el muro del fondo del Paraninfo.

Cerca al lienzo, en las paredes laterales, en grandes tablas de mármol está esculpido con letras de oro el canto “A Popayán” de Guillermo Valencia.

Ocupados los asientos de honor, al pie del cuadro, por el excelentísimo señor Presidente de la República, la señora de Santos, el señor gobernador del Cauca, el excelentísimo señor Embajador del Ecuador, el doctor Guillermo Valencia, superiores y profesores de la Universidad, autoridades civiles, religiosas y militares, leyó en la tribuna don Baldomero Sanín Cano erudita conferencia en la que hizo un meditado y galante panegírico de Popayán, analizó la índole del patriotismo de los hijos de la ciudad, a grandes rasgos bosquejó el desarrollo de la pintura desde el hombre primitivo hasta nuestros días e hizo un fervoroso elogio explicativo del cuadro de Martínez, uniéndolo en la alabanza al poema de Valencia inspirador del cuadro. La profunda versación del señor Sanín Cano en historia y en materias de arte hizo de la conferencia un deleite para los oyentes. Fue muy aplaudido.

A continuación el excelentísimo doctor Santos entregó la Cruz de Boyacá que había concedido a los señores don Efraím Martínez, doctores José María Obando Rebolledo, Manuel María Mosquera Wallis, Francisco Eduardo Diago, Rafael Maya y Arcesio Aragón y comisionó al señor Alcalde de la ciudad para que entregara la insignia a don Antonio García Paredes quien por motivos de salud no pudo concurrir al acto.

Con lo que terminaron los intensos festejos del 27 de diciembre.

28 DE DICIEMBRE

Este día estaba dedicado a la ciudad, la que, a las nueve de la mañana, se había congregado ante el Palacioi Municipal para escuchar la oración de la señorita Josefina Valencia Muñoz ante la lápida con que la ciudad honra a la mujer payanesa, lápida ya copiada en este escrito.

Llegados su excelencia el doctor Santos, la señora de Santos y su comitiva, colocados todos en sus respectivos puestos, la señora de Santos descubrió el escrito mármol. Josefina Valencia es hija del doctor Guillermo Valencia y de doña Josefina Muñoz, muerta ésta en plena juventud en el año de 1921. Doña Josefina ha heredado el talento de su progenitor y la simpatía de su madre. Agraciado rostro, ojos vivaces, distinguido porte, es exquisita conversadora, gusta mucho leer, tiene la instrucción que su rango de hija de Valencia requiere, ha viajado con su padre a los Estados Unidos y con él ha recorrido gran parte de la América del Sur. Sin embargo, conserva las características de la mujer payanesa: virtuosa, de trato exquisito y amable para todos, sencillez en sus maneras y en sus trajes, mujer de su casa, cuida de la del maestro, de quien es, además, expertísima secretaria.

La revista “Catleya” que ella dirigió da fe de su devoción por las letras y con qué acierto las cultiva.

Ante una mesa que ostentaba un búcaro de flores, colocada sobre el andén, cerca a la lápida, llegóse doña Josefina entre las palmas de la multitud. Vestía traje negro que hacía resaltar el nácar de su rostro. Voz delgada, suave, dulce, sus palabras eran rocío de belleza sobre la concurrencia. Qué bien sabe, por ella misma y por la madre que tuvo, lo que es la mujer payanesa y con qué frases tan esmeradas la ensalza. La oración de doña Josefina es un canto a la virtud, a la dignidad, al honor. Delicadeza suma, bello decir, claro talento se entretejen en la ideal corona que ofrenda a la mujer de ayer, de hoy y de mañana. Salvas de aplausos saludan a la gentil y simpática oradora.

LA ESTATUA DEL GENERAL MOSQUERA

Anúnciase que inmediatamente sigue la inauguración de la estatua del general Mosquera. La multitud se dirige hacia el parque de este nombre en el que, con el excelentísimo señor Santos, tomó asiento la familia del gran general, así como innumerables personas.

En nombre del senado de la República ocupó la tribuna el presidente de esa corporación, doctor Fabio Lozano y Lozano. Avezado orador, el doctor Lozano, en rotundos y castizos periodos, recordó la vida heroica, accidentada y contradictoria del prócer, hablo como historiador, sin pasión política alguna, sin ocultar los defectos del que fue grande amigo de Bolívar y cuatro veces presidente de Colombia.

Luego, el doctor Antonio José Lemos Guzmán, comisionado por la cámara de representantes, pronunció un discurso en análogo estilo al del anterior. El doctor Lemos Guzmán que fue en su primera juventud fogoso tribuno demoledor, ha ponderado mucho sus ideas y ha serenado su brillante inteligencia. Médico, graduado en Chile, gusta de la política, es ágil escritor y elocuente orador. Ha sido muy alabado por su actuación como Rector de la Universidad del Cauca, a la que, como ya está dicho, le introdujo notables mejoras materiales y en la que cimentó la disciplina. En su discurso repasó en castigadas y sonoras frases la vida del héroe, del político, del magistrado, del estadista, sin disimular tampoco las faltas de la polimorfa existencia que estaba presentando a los oyentes con vivas imágenes y robusta voz.

Ambos oradores fueron galardonados con nutridísimos aplausos.

EL BUSTO DE DON TORIBIO MAYA

Y otra vez las altas autoridades y la compacta multitud se movilizaron hacia la plazuela de San José, en donde iba a ser inaugurado el busto de don Toribio Maya. Desde los balcones de la casa de doña Elvira Navas de Chaux presenciaban el acto el excelentísimo doctor Santos y su acompañamiento. En la plazuela no cabía una persona más.

Don Vicente J. Arboleda Cajiao, de los más honorables ciudadanos de Popayán por su prosapia, por su integridad moral, por su religiosidad, por sus maneras de gran señor, por su afición al estudio y al cultivo de las letras, conocedor del latín, cónsul que fue muy eficaz de Colombia en Barcelona, estaba encargado de entregar a la ciudad el busto que la gratitud le erigía al apóstol payanés de la caridad.

Tras la historia del homenaje que se rendía a don Toribio Maya, la que patentiza la popularidad del tributo, la vida de abnegación y de sublime caridad del “Prócer del Dolor”, va desarrollándose con interés cada momento más creciente en las frases henchidas de amor y veneración del orador que recibe merecidos aplausos de la muchedumbre.

En breve oración, muy esperada, muy inteligente, muy bien pronunciada, como comisionado del Concejo Municipal, recibe para la ciudad el busto el doctor Jaime Bonilla Plata.

El doctor Bonilla Plata es de los valores jóvenes de Popayán. Hijo del distinguido hombre público general y doctor Luis Enrique Bonilla y de la gentilísima señora doña Raquel Plata, quien da realce a la sociedad en que vive, pasó su niñez y buena parte de su juventud estudiando en colegios y universidades españoles, alemanes e ingleses. En Deusto alcanzó su grado de doctor en Derecho. Políglota, internacionalista, con grandes facilidades de orador, político entusiasta, mucho esperan de él Popayán y Colombia.

SESIÓN EXTRAORDINARIA DEL CONCEJO

A las tres de la tarde de ese colmado día hubo sesión extraordinaria del Concejo Municipal en honor de los altos poderes nacionales. Como número final de esa cita de la inteligencia y de la elocuencia que fueron las fiestas del cuarto centenario de la fundación de Popayán, no puede concebirse algo mejor. Si las academias griegas eran dechado de elegancia, talento y elevada oratoria, pudiera decirse que esta sesión del Concejo fue una academia en que el espíritu ardió todos sus fulgores.

La multitud que se apiñaba en el salón de sesiones y en los corredores del Palacio Municipal y la que seguía por radio el desarrollo de aquella memorable sesión estaba estupefacta ante el derroche de sabiduría, de patriotismos y de bien decir que escuchaba. Vibró la muchedumbre con los acordes del himno nacional ejecutado por la banda de Bogotá.

Contestada lista por los ediles y leída el acta de la sesión anterior, presidente del Concejo, doctor Valencia, presentó y fue aprobada por unanimidad una serie de proposiciones del más alto patriotismo, de la más refinada cortesanía, desde la que el Concejo rinde gracias al Hacedor Supremo por todos los beneficios recibidos y compendia en frases lapidarias la historia de cuatro siglos de la ciudad, hasta la en que agradece a los ingenieros y colaboradores de estos y a los obreros la labor abnegada y constante en la ejecución de las obras públicas destinadas a conmemorar el cuarto centenario de la fundación de Popayán. Ni ciudad colombiana con Bogotá a la cabeza, ni pueblo caucano se escaparon a la memoria agradecida del Concejo que les rindió tributo de solidaridad. Cada proposición era motivo de unánime aplauso.

La Academia Nacional de Historia obsequió a la ciudad con lujosa placa de plata, fijada en el lado norte del salón del Concejo y cuya leyenda es la siguiente:

A Popayán, ciudad ilustre, en el IV centenario de su fundación. La Academia de Historia. 1936. Daniel Ortega R., Presidente. Guillermo Hernández de Alba, Vicepresidente. Roberto Cortázar, Secretario.

El excelentísimo señor Presidente de la República descubrió la lápida y el doctor Guillermo Hernández de Alba tomó la palabra. Fue la suya oración de extraordinaria altura por la magnificencia del lenguaje, por la alteza de los conceptos, por la soberbia declamación. Era la Historia que vibraba en la sala, era un poeta de la historia que loaba a Popayán con acentos magníficos; oratoria demosténica, tintineaban en ella las palabras como campanas de plata anunciadoras de la idea elevada, gallarda, galante. Tensa tuvo hasta el máximo la atención del auditorio el doctor Hernández de Alba que cosechó numerosos y férvidos aplausos. El nombre del doctor Hernández de Alba es conocido por todo el que en lengua española guste de la historia escrita con arte y con amor. Numerosas obras respaldan su título de académico.

Una medalla cívica iba a concederse en esa sesión al ciudadano que la mereciera por su amor a la ciudad, por sus servicios a ella, por el culto en favor de sus tradiciones, por el fomento del espíritu público, por su constante desvelo en cuanto al progreso urbano se refiera.

Todo Popayán pensaba en Nicomedes Arce. ¿Quién si no él está siempre en la alcaldía recabando la composición de una calle, de un camino, advirtiendo una necesidad social? ¿No es él el que anda solicitando firmas para memoriales a los poderes públicos en demanda de obras de progreso, así sea para la del ferrocarril cuando este aún no llegaba a Popayán, como para la carretera de Moscopán o para la penitenciaría? ¿Cuál, si no él, reemplaza a don Toribio Maya en organizar la comida de los presos el martes santo, devota costumbre por la que en tal día prepáranse en las casas suculentas viandas y llévanse en procesión desde la iglesia de San Francisco hasta la cárcel en donde caritativas señoras las reparten a los presos? ¿No suple también Nicomedes a don Toribio Maya en varias otras actividades apostólicas del santo varón? ¿No es Nicomedes el que sostiene la tradicional de los Reyes Magos, busca a los intérpretes de la obra del Padre Alaix, o de don Aquilino León o del doctor Francisco E. Diago, los ensaya, consígueles los arreos reales, caballos y cuanto es menester para la fiesta, arma el tablado para la representación y festeja luego a reyes, ministros y embajadores? La mejor y más sostenida de las tradiciones de Popayán son las procesiones de la semana santa. Con qué fervor exterioriza entonces la ciudad su catolicismo: desde las seis de la tarde está repleta de gentes la plazuela de la iglesia de donde va a salir la procesión: San Agustín, la Ermita, San Francisco, Santo Domingo. Un toque especial -tin, tin, tan- suenan las campanas. Acomódanse en las aceras de las calles por donde transitarán “los pasos”, los espectadores: todo popayanejo desde dos o tres años de edad hasta los octogenarios, todos los campesinos de los alrededores, todos los forasteros llegados a pasar semana santa; puertas y ventanas cólmanse de curiosos y devotos. A medida que la procesión se acerca va haciéndose el silencio. Iníciala la cruz-alta que portan revestidos monaguillos. Rítmicamente desfilan las paralelas líneas de alumbrantes de ambos sexos, portadores de enormes cirios de cera de laurel. Solo se oye el crujir de las andas, los típicos golpecitos de las alcayatas en los barrotes de aquéllas para indicar las posas y el lúgubre canto del miserere acompañado de llorosos violines.

San Juan, la Verónica, María Magdalena, la oración en el Huerto, el Amo caído, el Señor del Perdón, el Señor de la columna, el Ecce-Homo, los azotes, la Cruz a cuestas, Cristo en la Cruz, la Virgen de Dolores y los teos judíos de rigor, en pesadas y adornadas andas, con palios sostenidos por varas de plata, llevadas por encapuchados cargueros de túnica azul y terciadas bandas blancas primorosamente bordadas por las novias, van pasando, solemnes, entre las luces el martes y el miércoles santos. Cobran mayor esplendor las procesiones el jueves y el viernes santos: número más crecido de alumbrantes; cinco, seis cuadras, regidores de frac, más pesadas andas, la Pasión del Señor reproducida en imágenes perfectas: el Prendimiento, la Sentencia, la Crucifixión, la Muerte, las Insignias, el Sepulcro. La matraca reemplaza las campanas. La Universidad escolta el Sepulcro. Mujeres enlutadas aroman con pebeteros el desfile. Vibra el río de luz en la oscuridad y se hace día la noche. Todos meditan, sobrecogidos de respeto, en el augusto misterio que están presenciando.

Incansable animador de las procesiones es Nicomedes Arce: desde enero organiza juntas, forma comisiones, lanza programas, invita a alumbrar, desata dificultadas entre los cargueros, compra el barrote al cesante para cedérselo al que quiere cargando desollar sus hombros, prepara velas, va de aquí a allá en busca de un santo, de un judío, de mallas de plata para los cirios de las andas y con un asiento de doblar para su señora, doña Bárbara Vivas, rodeado de sus hijos, con sus setenta años, su puntiaguda naricilla, sus antiparras, sus arrugas, su color cetrino, su cachucha que le defiende la calva y su menudo porte, ve desde el umbra de una puerta pasar la procesión, arrebujado en su sobretodo carmelita y musitando una oración al santo Ecce-Homo.

El informe de la junta de la medalla cívica lo redactó Guillermo Valencia. Fue, como todas las suyas, obra maestra. Lo leyó el secretario del Concejo: nadie perdía una palabra del justo y tan bien hecho elegio a Nicomedes Arce. Interpretaba el sentir público al pedir para este la medalla cívica. El informe y Arce fueron estruendosamente aplaudidos. El excelentísimo señor Presidente de la República colocó sobre el emocionado pecho del agraciado la merecida medalla.

En seguida le fue concedida la palabra al excelentísimo señor Gonzalo Zaldumbide, embajador del Ecuador en Colomba, literato de fama continental, gran señor de la inteligencia, quien asombró al auditorio con el más castizo, emocionado y elegante discurso. Embajador no solo del gobierno sino de las altas letras ecuatorianas ató una vez más los lazos de amistad y mutua compenetración entre las dos repúblicas hermanas. El mensaje de Quito del doctor Zaldumbide fue cordial abrazo de las dos patrias, fusión de afectos, eliminación de fronteras, emoción de hermanos que se encuentran, pues Quito y Popayán tuvieron el mismo fundador. El público bebía las palabras del doctor Zaldumbide con deleite exquisito y aplaudía al orador con frenesí.

Otra vez, Guillermo Valencia, como Presidente del Concejo, tomó la palabra para espiritualizar la gratitud de Popayán a quienes la honraban con su visita, a los congresos que dictaron leyes en favor de la ciudad, a los presidentes que las cumplieron. Fluían las palabras del maestro con la gracia ondulante de las llamas de una pira votiva en que se incendiara de gratitud el corazón de la ciudad. Con qué firmeza de expresiones patentizó al final su reconocimiento al congreso de la República por haber decretado la erección de su estatua en Popayán y al presidente doctor Santos por haber sancionado la ley y con qué frases tan ungidas de delicadeza esquivó el merecidísimo homenaje. De mármoles de Valencia debiera estar florecida la República por haber sido él y ser un profesor de belleza, de arte, de dignidad, de decoro.

El himno a Popayán, de Avelino Paz, ejecutado por la Banda de Bogotá, fue intermedio exquisito en esa fiesta de la inteligencia.

Ya se anotó que el excelentísimo doctor Eduardo Santos, presidente de la República, no escribe de antemano sus discursos, así, el que pronunció en la extraordinaria sesión del Concejo tampoco fue leído. Con la misma voz pausada de siempre, las cláusulas de un castellano casticísimo iban diciendo la alabanza de Popayán, haciendo resaltar el amor a Colombia de los hijos de la ciudad fecunda, recontando las glorias payanesas, las que exaltaba fervorosamente, presentando a Guillermo Valencia como la culminación de esas glorias.

Con profundo respeto y atención suma eran escuchadas las palabras del jefe del Estado que honraba con su presencia y con su verbo las fiestas de cuarto centenario.

Las marciales notas del himno nacional finalizaron aquella histórica sesión de imborrables elaciones.

EL BAILE DE GALA

Las clarísimas damas doña Julia Chaux de Rojas, doña Rosa Zamorano de Iragorri, doña Alina Muñoz de Zambrano y señoritas Ángela Martínez, Silvia y Adelaida Ayerbe Chaux, ‘Angela Martínez, Luz Valencia y Elisa Cárdenas Arboleda, asesoradas por el señor gobernador del Departamento, el señor alcalde de la ciudad y la junta directiva del Club Popayán, comisionadas para ello, habían convertido el teatro municipal en suntuosísimo salón de baile. Suave y profusa luz indirecta, platea y escenario con pisos como espejos, palcos decorados con rojas cortinas y artísticos festones de “tango”) () entrelazados con cintas colombianas; el presidencial ostentaba en el antepecho la bandera y el escudo nacionales; los camarines trocados en tocadores para las señoras; cantinas en los finales de los corredores de los cuatro pisos, el foyer hecho lujoso comedor, qué arte, qué gusto en el arreglo del teatro para el baile en honor de los ilustres huéspedes.

A las diez de la noche empezaron a llegar los invitados. Los jóvenes José Tomás Angulo Lourido, Aurelio Caicedo Ayerbe, Reinaldo Muñoz Zambrano, Tomás Castrillón Muñoz, Fernando Angulo Arboleda, César Castrillón Arboleda, Álvaro Casas Rojas y Edgar Iragorri Zamorano recibían a las señoras en el vestíbulo y conducíanlas a los sitios destinados a guardar los abrigos mientras los caballeros dejaban los suyos en los guardarropas.

El teatro se iba colmando de bellas mujeres lujosamente ataviadas y señores de frac. Los palcos, llenos de invitados que esperaban el baile para tomar parte en él o para presenciarlo, mostraban el más grato y señorial aspecto. Los asientos que circundaban la platea estaban ocupados por asistentes ansiosos de bailar. Multitud de parejas paseaban en el amplio salón. Momento por momento, la animación iba creciendo. Los automóviles dejaban en la puerta del teatro más y más invitados. Se esperaba al excelentísimo señor Presidente de la República y a la señora de Santos para principiar el baile. Mientras tanto, cordiales saludos, apretones de manos, presentaciones, compromisos de danzas, comentarios acerca de las fiestas, inspección de trajes, admiración por los de las señoras, visitas a las cantinas.

A las once de la noche el himno nacional, tocado por dos orquestas dirigidas por () y por () anunció la llegad de su excelencia el doctor Santos y de la señora de Santos. Hácenles calle de honor señoras y señores, entran amables, recorren, saludando, el salón y se dirigen al palco presidencia. Doña Lorencita no baila desde que perdió a su única hija y desde entonces siempre viste, con suprema elegancia, trajes de luto.

Un valse de Strauss rompe el baile. Qué espectáculo el de aquella sala. Las orquestas desenvolvían la cadencia del ritmo y un torbellino de color, de belleza, de alegría, de exquisita cultura se desarrollaba al compás de la soberbia música.

Todo es corrección, discreto buen humor, elegancia, galanura, gentileza. Magnífica música, espléndida cena. Las horas vuelan sin sentirlas y las campanas del alba anuncian a las parejas que el baile ha terminado.

Cómo le duele al cronista con consignar los nombres de los asistentes al baile y no describir los trajes de las señoras. Pero, ya se dijo, no fue posible conseguir la lista y no se atienen a la flaca memoria con la que incurriría en numerosas omisiones involuntarias, pues más de setecientas personas concurrieron a la inolvidable velada, con la que terminaron los festejos del IV centenario de la fundación de Popayán.

CONCLUSIÓN

Así la recogida ciudad de ochenta manzanas, sin casas de más de dos pisos, de calmado y sabroso aspecto colonial, con sus aleros, sus lisas paredes, sus puertas de cedro, en lo alto de cuyos marcos ostentan algunos heráldicos escudos, sus rejas españolas, sus soleados patios, sus jardines, su grato silencio, sus iglesias y torres, sus derechas calles sin multitudes, sus diez y ocho mil habitantes escasos, inteligentes, conversadores, murmuradores, despreocupados, cultos, corteses, católicos, discutidores, hospitalarios, sus mujeres buenas, virtuosas, dulces, suaves, bellas, hacendosas, sus cuidadas tradiciones, sus patriarcales costumbres que van cediendo ¡ay! A usos modernos de mal sabor extranjero, sus colinas y cordilleras que enmarcan el florido valle, su cantado río y su enhiesto Puracé, celebró la fiesta de su cuarto centenario, sin lujos materiales pero con pasmosas manifestaciones del espíritu: las bellas artes y la elocuencia, supremas expresiones de la inteligencia alcanzaron los más altos ápices y la discreción, el civismo, el buen gusto, la cortesanía colmaron las exigencias del más refinado tono.

El cronista ha relatado lo que sus ojos vieron y oyeron sus oídos y describió el escenario de las fiestas tal cual lo contempló en los últimos días de diciembre de 1940. No ha exagerado. Omisiones habrá muchas, más ninguna voluntaria. A todos los estantes en Popayán en esos días hubiera deseado mencionarlos y contarlo todo como fotografía parlante, con bellas palabras, dignas de la ciudad. Solo a su modo ha podido escribir, pero da fe de su pesado relato, hecho para que los venideros tengan una idea de cómo era Popayán en 1940 y cómo celebró la ciudad las fiestas del IV centenario de su fundación.

José Domingo Rojas Arboleda

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