Dicen que el tiempo lo cura todo y que «la distancia es el olvido». Si es así, ya nada nos duele y la memoria se ha perdido.
El dolor se desvanece a medida que pasan los días y los recuerdos se alejan mientras avanzamos en ese nuevo camino.
Todo esto involucraría una despedida, un adiós, no un hasta luego. Hay que dejar que las horas sigan su curso. Hay que ver cómo queda atrás la imagen, la sombra, la silueta.
También involucra rutas separadas, trayectos divergentes, destinos diferentes.
¿De qué se trata todo esto?
¿De un instante de locura, de una decisión precipitada?
¿O de una serie de momentos que fueron horadando el camino como una grieta que divide y separa y forma en el medio un abismo?
Podemos caer en ese precipicio en cualquier momento, en un descuido o intencionalmente, llevados por la angustia y la desesperación de ver cómo nos separa esa fisura incontenible.
Al comienzo, son solo pequeños tropezones, irregularidades nimias, movimientos naturales. Pero llega el momento en que esa pequeña fractura adquiere un ímpetu cada vez más fuerte y la hendidura ya no es grieta sino una abismal distancia que obliga a decidir si permanecemos cada uno en su lado o si uno de los dos escoge el camino que le queda al otro.

Deja un comentario